3 de febrero de 2013

Listilla y prudente

A veces le compro chocolates a Loana, le gustan mucho los de kinder, por supuesto que los huevos con sorpresa le encantan, pero a falta de huevos hay unas barritas delgaditas rellenas de chocolate blanco. De hecho, si ella pudiera se comería todos los chocolates de una cajita en una sentada, y por eso mismo se los dosificamos. La cajita trae cuatro, así que eso nos debería alcanzar para una semana, pensando en que haya un descanso un día de la semana laboral; y claro, en fin de semana la dinámica es muy distinta. Como sea, una tarde estaba tratando de explicarle la mecánica a mi pequeña. "Este es tu chocolate del día", le dije, "sólo puedes comerte un chocolate al día". Y ella: "sí, un chocolate al día" ... pausa de reflexión ... prendida de foco ... "y un chocolate a la noche, y uno a la mañana". Obvio que cuando más tarde intentó hacer cumplir su designio, y pidió su chocolate de la noche, yo le hice saber que no, que por ese día ya no iba a haber más chocolates. Supongo que si hubiera tenido una capacidad de lenguaje más articulada, y ganas de debatir, ella bien habría podido demostrar que ya no era de día, que ya no estábamos en ese día, sino en esa noche, pero todavía no domina a la perfección la capacidad chorera, y vio que mi oposición era más bien firme, así que se puso a hacer berrinche. Pero, como bien saben y aconsejan los papás veteranos, le enseñamos que "el berrinche no paga". Pero como sea ya demostró sus crecientes habilidades para torcer al sistema a su favor; lástima que el sistema seamos mi musa y yo.

En otro punto de nuestra historia personal con Loana, fuimos a la fiesta de tres años de uno de sus sobrinitos. Digo, ella le llevará cinco meses, son de la misma generación, pero es su sobrino porque es nieto de mi cuñado. Ella es su tía. Como sea, la cosa fue que el evento fue en un salón de fiestas infantiles, y había además de un gran brincolín, una gran jaula de juegos, donde los niños se podían trepar y colgar y aventar y luchar contra bolsas colgantes..., un paraíso, pues. Mi fierecilla se metió luego luego y empezó a recorrerlo sin prisas, poco a poco, a subirse con cuidado, a pasar de un lado al otro bien sentada o agarrada, es decir, con prudencia. La prueba de fuego fue cuando un par de sobrinotes suyos, unos que le llevan seis y nueve años, se agarraron a trancazos en una esquina de la jaula de juego. Era una esquina importante porque, por ahí se podía pasar a otra parte del juego. Pues bien, Loana los vio pelearse, y en lugar de seguirse y pasar como si nada, se detuvo a sana distancia y se quedó viendo la batalla. Cuando finalmente los gladiadores dejaron de dar espectáculo y se fueron cada cual por su lado, Loana, con movimientos todavía tímidos, pasó por ahí.

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