Cuando yo era chico, me refiero por ahí de la época de la conquista o antes, pero para ser más exactos: cuando tenía como cuatro o tal vez cinco años. Fui con mi tía Rosa Elena (entonces le llamábamos Bebis) a la tienda, y ella, de buena onda, de generosa, por compartida (porque creo que ella también se compró uno), me compró un helado. Fue delicioso, y de regreso hacia casa de mi abuela yo iba disfrutando del exquisito regalo que mi tía, en ese entonces quizá apenas puberta, me había hecho. Poco antes de llegar a casa me dice mi tía: "lo del helado fue un secreto, no le vayas a decir a mi mamá que te lo compré", "No Bebis", respondí. Entonces entro, voy derechito con mi abuela, y cumplo con mi deber para con mi tía: "Chata, Bebis no me compró ningún helado, ¿eh?". Mirada fulminante de mi tía. Resolución de nunca más volver a comprarme ninguna golosina. En mi ingenuidad, yo no entendí el enojo de mi tía, de algún modo para mí "no le digas" equivalía a "dile que no", y como era hasta cierto punto proactivo pues fui a decir que no...
Pero hay otro ejemplo que quiero dar, que va a contrastar con el anterior. Una vez íbamos en el coche mi musa, mis pequeños y yo, y mi amada salió a una tienda o algo por el estilo, así que la estábamos esperando en el coche y de repente Loana se empezó a impacientar, a quejarse, y entonces vi que tenía un chocolate y se lo di. "Pero no le vayas a decir a mamá, es nuestro secreto" le dije, y ella "¿Porque si le digo a mamá se enoja y te regaña?", y yo: "exacto, ¿quedamos en que sea nuestro secreto?, ¿sí?". "Sí", y por el espejo retrovisor vi su rostro, y una sonrisita que se dibujó en su rostro. Llega mi amada y Loana: "Mamáaaa, Emiliano me dio un chocolate", más sonrisita maliciosa.
La cosa está así: Loana quiso ver hasta donde llegaba el pleito, no fue ingenuidad ni inocencia, sino malicia. Una malicia además sin consecuencias, porque aunque yo me hubiera dicho internamente que no tenía que volver a darle golosinas a espaldas de mamá, mi pequeña sabe que me tiene estúpidamente enamorado y que en no mucho tiempo, con tal de verla contenta y entusiasmada igual y volveré a las andadas. En mi caso, por otra parte, la consecuencia del enojo de mi tía así como de no volver a recibir golosinas o helados de su parte fue algo totalmente inesperado. Porque hasta que no hubo consecuencias yo me creía cómplice de mi tía, honestamente pensé que estaba cumpliendo con el pacto de guardar el secreto. ¿Cómo iba yo a saber que negar algo, sin que se me preguntara, era equivalente a una confesión? Y es de este punto exacto que yo quiero hablar, de la famosa y alabada inocencia, contra la repudiada malicia. No sé, pero a mí en retrospectiva me parece que me hubiera servido tener un poquitirijillo de malicia, y no tanta estupidez, perdón, quise decir inocencia... Creo que la inocencia no es buena, es más, toda la vida nos la pasamos desprendiéndonos de ella, quitándonosla, etc. ¿Entonces, porqué tanto aprecio por la inocencia?
2 de enero de 2013
Despreciar a la inocencia
Etiquetas: estrategia - Publicó persona.vitrea a las 09:00
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