15 de abril de 2011

No defiendo lo indefendible

Desde hace unos días para acá, me encontré en una posición extrañísima, tal vez algo incómoda. Tonatiuh "Malvado", que en realidad no es malvado, desprecia por completo la teoría de la conspiración que afirma que la destrucción de las torres gemelas se debió a una demolición controlada, yo defiendo hasta cierto punto, sin apasionamiento ni nada por el estilo esa teoría porque me parece hasta cierto punto razonable, y entonces en algún momento dijo que era más fácil: "a) suponer que unos fanáticos religiosos musulmanes organizaron y ejecutaron exitosamente un ataque terrorista a gran escala que sigue lógicamente a los principios del Islam;"

Obvio, ese enunciado hizo que tanto Óscar como yo nos pusiéramos a defender, en apariencia al islam, pero en realidad lo que estábamos haciendo era oponernos a la idea de que los ataques terroristas a gran escala se seguían lógicamente a los "principios del islam". El debate se puso bueno, excepto porque nuestro contrincante de repente opinó sobre la falta de honestidad intelectual de Noam Chomsky y otros intelectuales a los que no ha leído por no condenar abierta y enérgicamente al mundo musulmán por las fechorías de unos cuantos fanáticos psicópatas. El debate ha seguido, lo chistoso es que para mí está clarísimo que no se puede condenar a una entidad abstracta como el islam, ni a un libro como el Corán, pero sí se puede condenar los actos reprobables que cometen unos cuantos exaltados. Se puede debatir sobre las escrituras sagradas de cualquier religión, y demostrar cómo es que en unos casos son mentiras, en otros son malos consejos, en otros son órdenes despreciables, etc.

Yo no estaba defendiendo lo escrito en el Corán, ni tampoco a los terroristas, pero me pareció que la condena al islam incluía a cerca de mil millones de musulmanes cuyas cabezas de familia se levantan todos los días para ir a trabajar, y lo que quieren es prosperar, no ir a inmolarse con una bomba amarrada al pecho. Condeno prácticas específicas como la mutilación de las niñas, o la lapidación de los adúlteros, pero sé que condenar en bloque a un grupo humano por los actos de unos cuantos es una pendejada.

Regresando a las torres gemelas, también es fácil: suponer que Larry Silverstein, dueño de las torres, contrató a una empresa de demoliciones controladas y compartió con ella las ganancias de cerca de cinco mil millones de dólares que le dieron posteriormente las aseguradoras (obtener inescrupulosa de lucro a carretadas), lo que se sigue lógicamente a los principios del capitalismo.

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