Si no estuviéramos dispuestos a alabar a un Dios que nos hubiera creado meramente para su propio entretenimiento, entonces los propósitos de Dios por sí mismos no son respuestas a la pregunta del sentido de la vida. El mero cumplir con los propósitos de un Dios omnipotente no es una razón de peso, éticamente hablando, para que vivamos de cierto modo particular.
Si, sin embargo, tuviéramos que evaluar los propósitos de Dios contra algún estándar independiente de bien y de mal, entonces los propósitos de Dios no son la fuente del sentido. En cambio, los estándares independientes, que incluso Dios debería seguir, son la fuente del sentido. Así, los propósitos de Dios son sacados de la ecuación. Los estándares éticos que gobiernan incluso a los propósitos de Dios contienen la respuesta de nuestra pregunta. Porque para que algo respondiera a la pregunta del sentido, no basta con que sea simplemente un propósito, incluso si es un propósito divino. Siempre debemos evaluar los propósitos en cuanto a dignos o no. La tarea importante es aprender cómo encontrar qué metas de verdad valen la pena.
La amenaza del castigo divino puede darnos una razón pragmática para la obediencia a sus propósitos. Aún así, eso no responde a nuestra pregunta de ningún modo satisfactorio. El castigo hace a la obediencia ineludible, pero no hace que valga la pena.
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