26 de agosto de 2007

El tiempo que no pasa volando

Hay cosas para las que quisiera tiempo. Una de ellas es esto, escribir y decir y comentar y ordenar series de letras, palabras, oraciones, párrafos, textos, etc. Otra es, por ejemplo, leer más, repetir Rayuela hasta el cansancio, leer otra vez todo Umberto Eco, pero todo, con ensayos, filosofía del lenguaje, crítica, artículos, estudios medievales y contemporáneos, novelas, etc. Leer todo Fernando Savater, todo Chomsky, todo Nietzsche, todo Kant, lo que queda de Aristóteles, y muchos, muchos más. Otras son: para jugar, para compartir, para profundizar en mis relaciones con otros y para profundizar en mí mismo. En realidad, más que tiempo, quisiera que el tiempo se detuviera en esta edad para hacerme del acervo que creo indispensable, y también de un poco del dispensable.

Por otro lado, ahora que estoy acá, y ella está allá, y siento que quisiera estar a su lado, y sé que no puedo hasta el sábado que viene, y que pasarán prácticamente seis días antes de que pueda verla, es decir, más de 120 horas o 700 minutos o 42mil segundos, desearía que el tiempo se esfumara y que cerrara los ojos hoy, y mañana los abriera en su cama para hacerle el amor entre mil sonrisas.

Ya sé. Cuando eso pase (estar con ella) voltearé hacia hoy y pensaré que sucedió en un santiamén, y que en efecto, así fue un poco como pasó. Pero eso no me consuela hoy. Hoy quiero que sea en seis días, independientemente de que en seis días piense que el tiempo voló. Creo que el tiempo sólo pasa volando en retrospectiva, y se detiene frente al futuro deseado haciéndolo ver lejanísimo. Las percepciones y las temporalidades y los conceptos que las explican, son terriblemente contradictorios.

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