21 de agosto de 2007

Una hora

En este lugar en el que me encuentro el día de hoy, el reloj está adelantado una hora, o yo estoy atrasado ese mismo tiempo (como se quiera). El asunto es que por esa sola hora, por esos míseros sesenta minutillos, me acuesto más tarde de lo que debería, y, levantarme es el triple de difícil que en mi añorado México lindo y querido.

México no es lindo ni es querido, pero allá vive mi amada princesa, mi musa, mi fuente de sonrisas, mi taquicardia y excitación, la que provoca mis suspiros y me hace sentir que la vida es bella (qué digo bella: hermosa, deliciosa, valiosa, increhíblemente milagrosa).

La cosa es que cuando acá son las doce y cuarto de la noche (como ahora), en méxico todavía son las once y cacho, y yo a estas horas estaría ahí bien despierto todavía, conversando con mi musa. Pero eso no es lo peor, allá en mex me levanto a las 9 (que aquí serían las 10) y eso no es aceptable desde el punto de vista del horario de entrada a mi curso, que es al 10 para las nueve, por lo que me tengo que despertar a las siete de acá, que allá serían las seis, y me cuesta terriblemente.

Hoy, en las primeras tres horas del curso, mantener los ojos abiertos fué una proeza épica, el efecto del café me duraba 30 minutos, así que tuve que tomarme seis. Aún así, en cierto momento perdí el hilo y mocos, casi me atraso irremediablemente. En un rato más me dormiré. No sin antes haberle deseado las mejores noches a mi amada. Es una lástima que sea a distancia.

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