Los libros hablan de otros libros, decía Adso en El nombre de la rosa, y yo le creo, porque por medio de él habla Umberto Eco, uno de los más grandes sabios contemporáneos. ¿Y cómo lo descubrió Adso?, pues porque Guillermo de Baskerville deduce no sólo que el libro perdido era el segundo de la poética de Aristóteles, sino también sus contenidos, y todo sin siquiera tener que abrirlo; y logró la hazaña anterior leyendo otros libros que estaban en la mesa del difunto Venancio de Salvemec (por quien, incluso sin conocerlo porque en el libro se muere antes de tener la oportunidad, siento una gran simpatía porque pues le estaba siguiendo la pista al mismo libro famoso desde antes de que llegaran Adso y Guillermo a la abadía).
Los libros hablan de otros libros. Y se me ocurrió una historia corta en la que alguien inventa la máquina del tiempo, pero es una persona letrada y no se le ocurre la idea esa famosa y trillada y estúpida de regresar en el tiempo a matar a Hitler, no, además mi personaje no tendría la sangre fría para matar a nadie; lo que haría sería mandar traducir El nombre de la rosa a latín antiguo, hacerlo transcribir manualmente a pergamino en vairas copias, encuadernarlas artesanalmente en libros con tapas de cuero grandes y voluminosos, e irse al medio evo a sembrarlos en bibliotecas famosas setenta años después de los eventos narrados por Adso, con el título que le hubiera puesto Adso, por supuesto. Y luego se regresaría al presente y se daría cuenta de que él era desde siempre parte de esa historia, porque la traducción del Abate Valet del manuscrito medieval de la que Eco habla al principio de El nombre de la rosa, era verdadera. Claro que eso le quitaría un poquito de mérito a mi autor preferido, pero todos sabrían que es ficción, tanto ese cuento como El nombre de la rosa, ¿o no? ¿Y qué tal si le estoy dando la idea al verdadero inventor de la máquina del tiempo?
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