23 de julio de 2008

Llegada al destino brasileiro

El sábado trece de julio salí en un vuelo de Avianca hacia Bogotá y de ahí a Sao Paulo, ciudad a la que llegué a las cinco y media de la mañana del domingo 14. Tomé un taxi al hotel pero era demasiado temprano para el check-in, que no podía ser antes de las dos de la tarde. Cayéndome de sueño les pedí que me guardaran las maletas hasta esa hora, y me salí a caminar por la Rua Vergueiro, en una dirección media hora y de regreso, luego en la otra dirección otra media hora y de vuelta. A las nueve am entré al restaurant del hotel, desayuné y pagué, me senté en el lobby a "leer" el periódico pero cómo se me estaban cerrando los ojos y los hombros me dolían, me volví a salir a caminar más, ahora con indicaciones y un mapa, quería encontrar una librería.

Recorrí la avenida Paulista hasta un parquecito tropical muy agradable, frente al cual había un mercadito de artesanías tipo Coyoacán. Me sacó de onda que a lo largo del camino vi a mucha gente dormida en la calle, individuos (o grupos dellos) sin hogar enredados en sus cobijas, a cada cuadra los había. La mayoría de los edificios y negocios estaban pintarrajeados y sucios, algunos descarapelados, algunos incluso abandonados a media construcción. Las gasolineras ofrecen: alcohol, gas y gasolina. En las entradas de los estacionamientos había curiosos letreros luminosos dirigidos a los peatones: cuidado --siguiente renglón-- vehículos. Supongo que los automovilistas son demasiado brutos para decirles a ellos que tengan cuidado con los peatones.

De regreso pasé a una Fnac (me sentí ligeramente en Francia), y me compré Baudolino y La misteriosa llama de la reina Loana en portugués, El péndulo de Foucault y La isla del día de antes estaban carísimos y como mi presupuesto no era ilimitado mejor los dejé en su lugar. ¿Me dará tiempo de aprender/practicar portugués?, ¿no debería mejor proseguir con el alemán?, no importa, ahí está el material y ya le llegará su hora. Al volver al hotel los vagabundos harapientos ya estaban de pie y caminaban todavía semidormidos, arrastrando sus cobijas y siendo evitados por los transeuntes que ya se habían acumulado sobre las aceras. Se hizo muy rápido de noche, salí nuevamente para comprar algunos víveres y algo que comer/cenar, y más tarde descubrí que la conexión a internet del hotel era tan mala que no se podía usar el skype. Pinche tercer mundo, me dio nostalgia de mi burbuja dosymediomundista bananera mexicana.

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