Cuando Lucas llegó a la casa, Loana lo recibió con algo de asombro y temor: no se le quería acercar, sabía que algo nuevo había en casa, sabía que ese pequeñín traería cambios, y tras dos días de ausencia materna quería ser abrazada y apapachada por mamá pero mi musa estaba tan pero tan perjudicada por el parto y demás, que hasta la fecha no puede cargarla, imaginémonos, pesa casi quince kilos. Al día siguiente Loana finalmente se acercó, acarició (torpemente, pero por la edad es normal) a su hermanito, lo tocó, lo abrazó, le habló con voz suavecita para saludarlo, y hasta cierto punto se lo apropió, es decir, para ella Lucas es de algún modo suyo, y aunque sin éxito, reclama que se lo den. Así que la primera parte, la aceptación por parte de Loana se dio prácticamente sin problemas.
Luego le dio a Loana su faceta demócrata, o revolucionaria, o rojillo-coyoacana, y fue en primer lugar al ver que a Lucas lo bañamos en tina. Al terminar el baño de Lucas estaba al pie de la tinita exigiendo que la metiéramos también a ella. Cuando le negamos el privilegio lloró amargamente por largo rato, así que le prometimos que al día siguiente le pondríamos también a ella un baño en tina, y menos de 24 horas después estaba pidiendo con ansias y lloriqueos que cumpliéramos nuestra promesa. Lo hicimos, y ella feliz de la vida. Le ha pasado también que como sabe que Lucas se queda en casa y no va a la guardería, ella ya no quiere ir. Su actitud es claramente de: ¿por qué él sí y yo no? o ¿por qué él no y yo sí? Hemos encontrado casi siempre cómo cumplir sus demandas de equidad, aunque en algunas cosas no se ha podido, por ejemplo cuando quiere que mi amada la cargue.
Supongo que no hay riesgo de que en una de esas encontremos mantas roji-negras por todo el departamento... En mi caso me divierte mucho ese tipo de envidia, que según Bertrand Russell, es base de la idea demcrática.
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