Del mismo modo, qué talentos y habilidades deberíamos desarrollar va a depender no sólo de nuestra dotación genética esencial, sino tambien de los contextos de nuestras vidas.
Imaginemos que una persona con más talento para la música que para la escritura se percata de que debido a factores como la disponibilidad de maestros, puede lograr más escribiendo que haciendo música. ¿Debería ella aún dejarse llevar por su perfil y darle más tiempo a la música que a la escritura? La perspectiva de la esencia individual dice que sí, pero la mayoría de nosotros seguramente dirá que no. (Hurka 1993:15)
Desarrollar algún potencial particular sólo vale la pena para una persona si sus circunstancias son apropiadas. El hecho de que su esencia genética individual determine su potencial no es suficiente para hacer que valga inherentemente la pena para ella desarrollarlo.
Tal vez nuestras esencias individuales no son genéticas sino emocionales. Debajo de nuestras personalidades del día con día, tenemos respuestas emocionales auténticas, determinadas por nuestro carácter y crianza, que son distintivas de cada uno de nosotros. Nuestra tarea es entrar en contacto con, y desarrollar esas personalidades emocionales auténticas. Por supuesto, entrar en contacto con nuestros sentimientos es importante. ¿Qué pasa, sin embargo, si encontramos que por dentro estamos llenos de coraje y rabia? Conocer y trabajar en esto es importante. No obstante, no llevar esos sentimientos a la acción también es importante. Aunque esos sentimientos sean auténticos, no tenemos una buena razón para desarrollar su potencial. En esto, como con frecuencia en párrafos atrás, este último juicio es implícitamente un juicio de valor.
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