Hace un par de semanas volví a terminar El nombre de la rosa, es un libro que me fascina, si me preguntaran hoy cuales fueron los tres libros que marcaron mi vida (que sé que a nadie le importa eso, y menos de mi que no voy pa presidente, gracias al cielo) El nombre de la rosa sería uno de ellos. También hablaría con entusiasmo de Baudolino, y definitivamente Rayuela. Cualquiera que diga que la Biblia se lleva de mi parte una prolongada y sonora trompetilla. No concibo que a alguien le guste ese libro tan viejo y tan mal escrito. Aunque bueno, si un gran y tremendo ateo de esos activistas que hasta dan conferencias y participan en debates, dijera que uno de los libros que cambió su vida fue la Biblia, lo entendería; y diría, pues claro, tiene toda la razón, los cristianos son una bola de borregos que jamás han leído (y cuando digo leer no estoy hablando de esa lectura mecánica y monótona que probablemente también podría hacer una máquina, no, me refiero a de verdad entender lo que está escrito, me refiero a una lectura con cierto grado de comprensión); si los cristianos de verdad leyeran su biblia, si de verdad leyeran lo que fuera, empezarían a cuestionar y al poco tiempo serían ellos también ateos.
Pero volviendo a El nombre de la rosa, yo sigo abrumado, siempre que llego al final odio que se queme la biblioteca. Odio el final, odio que Jorge de Burgos logre enterrar para siempre consigo al segundo libro de la poética de Aristóteles; odio que Guillermo y Adso sean tan mensos, tan ingenuos, que se sientan tan victoriosos que no anticipen esa derrota. La biblioteca ardiendo siempre me deja un sabor un poco amargo, siempre me saca de la complacencia, siempre me entristece un poco porque ese, el estúpido incendio estúpido, y no la tremenda enciclopedia mental de Umberto Eco y su alter ego de Baskerville, el incendio ha sido la constante a lo largo de la historia. Y en el capítulo anterior a la conflagración, o a veces desde el antepenúltimo, me pongo a imaginar salidas, modos en los que los buenos hubieran ganado. Desde el que Guillermo le dijera a Adso que se fuera a la puerta antes de revelar que llevaba guantes, y luego saliera con el libro encerrando ahí a Jorge, hasta que hubieran convocado a Aimaro, Bencio, Pacífico da Tivoli, etcétera, a entrar con ellos al finis africae, para sujetar a Jorge. O también he pensado que en una de esas, para volverse bibliotecario, Guillermo se volviera cómplice aparente de Jorge, y fingiendo humildad cerrara un trato macabro, sólo para después deshacerse del viejo ciego cuando ya tuviera el poder de la biblioteca. Es más, que el final fuera optimista: "El libro de la comedia del Filósofo está a salvo, ahora mismo lo están copiando seis monjes simultáneamente, ahora sólo podría impedirse que se salve ese texto si un incendio consumiera la abadía."
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