4 de noviembre de 2012

Una guia para los sin Dios: C9-Juicios (6 de 8)

En su libro, El error de Descartes: Emoción, razón, y el cerebro humano, Antonio Damasio describe cómo es que las emociones no sólo son útiles, sino esenciales, para tomar decisiones. (Damasio 1994:170-175) Para la persona que elige entre el lucro y la lealtad, establecer un enorme cálculo es hasta donde la racionalidad pura y desapegada puede llegar. Damasio sostiene, sin embargo, que, en una decisión de ese estilo, una persona usará sus corazonadas respecto a sus opciones. Las corazonadas (que Damasio llama "marcadores somáticos") son respuestas emocionales que aprendemos de la experiencia y que dirigen nuestras decisiones. Tal vez aquí, sus corazonadas enfoquen su atención en lo mal que se sentirá al traicionar a su amigo y le adviertan en contra de esta opción. Por lo tanto, sus emociones cerrarán el cálculo potencialmente infinito, algo que la racionalidad desapegada no podría hacer por sí sola.

Damasio estudió a pacientes que, debido a daños en su corteza prefrontal, eran incapaces de usar sus emociones en sus deliberaciones racionales. Tales pacientes parecían, en apariencia, como si no hubieran sido afectados por sus heridas. Su inteligencia, su conocimiento del mundo, sus habilidades y su entendimiento de moralidad convencional permanecían iguales que antes del daño. Sin embargo, sus vidas estaban fracasando miserablemente --no podían ni trabajar, ni hacer o mantener planes, ni mantener sus compromisos con otros. Podían pasar por largos procesos de deliberación cognitiva sobre qué hacer, pero no podían tomar decisiones. Con sus sistemas emocionales dañados, perdieron su racionalidad estratégica. Necesitaban procesos emocionales sanos para tomar decisiones.

Racionalidad cognitiva

Las emociones responden en su mayoría a razones de manera bastante directa. Nos entristecemos cuando oímos que un amigo está enfermo, pero nuestra tristeza se disipa cuando nos enteramos de que estábamos equivocados y que nuestro amigo está bien. Admiramos a alguien cuando oímos que ganó un premio, pero dejamos de admirarlo cuando nos enteramos de que hizo trampa. Nuestro enojo con alguien se disipa cuando nos damos cuenta que no dijo lo que creíamos que había dicho. Cuando las razones son suficientemente obvias, las emociones son por lo común racionales.

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