Consideremos el siguiente ejemplo. Alguien está caminando entre hierba alta cuando ve una cuerda suelta parcialmente escondida por el pasto. Cree que se trata de una serpiente venenosa. Se paraliza de miedo, su atención enfocada en la serpiente. Por un largo rato no puede moverse. Cada pequeño movimiento en el pasto, y cada sonido crujiente, los interpreta como provocados por la serpiente. Sólo tras un minuto o dos es capaz de discernir evidencia contraria a su creencia de que la cuerda es una serpiente. Al final su trenzado, su inmobilidad, y el hecho de que no se aleja lo convencen de que está viendo un trozo de cuerda. El mecanismo de miedo humano debe funcionar así: La gente propensa a perder interés frente al peligro no lograría vivir mucho. La especie humana no hubiera sobrevivido tanto tiempo si la gente tuviera que ocuparse en deliberaciones sin fin antes de paralizarse en situaciones peligrosas.
Así que la sensibilidad de las emociones hacia las razones está en tensión con su rol en la toma de decisiones. El resultado es hacer que la respuesta de las emociones a las razones sea frecuentemente gradual, y una respuesta que, muy seguido requerirá de ayuda. Las emociones alejan la atención de una persona de información que podría resultar relevante. Frecuentemente tomará tiempo, y la ayuda de amigos y terapeutas, para que una persona vea sus distorciones y negaciones y haga cambios emocionales. "El amor es ciego", dice un dicho, ilustrando cómo las emociones poderosas llevan a la toma de decisiones a su fin. "Cásate aprisa, arrepiéntete en el ocio", dice otro dicho, ilustrando como incluso las emociones más poderosas pueden, con el tiempo, responder a razones.
La capacidad de respuesta de las emociones a las razones es lenta y social en lugar de instantánea e individual. Así, algunas personas (especialmente los filósofos) pueden dejar de ver que las emociones pueden ser racionales. Si nuestro paradigma de racionalidad requiere que la racionalidad sea una respuesta instantánea e individual a razones, entonces deberíamos cambiar nuestro paradigma.
Si las emociones pueden ser racionales, entonces podemos hacer juicios emocionales. Si una emoción puede responder a razones, entonces juzgar si esto o lo otro es digno de esa emoción es posible. Un juicio emocional es una predicción: Esto y lo otro son dignos de una emoción particular nuestra siempre que podamos evitar todas las distorsiones a las que las emociones tienden, entonces tendríamos esa emoción. La emoción que sentimos de hecho por esto o lo otro es evidencia de que esto o lo otro son dignos de esa emoción, pero no es evidencia concluyente. Debemos hacer más que sólo ponernos en contacto con nuestros sentimientos. Debemos inquirir rigurosamente respecto de qué tan apropiados son.
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