14 de noviembre de 2007

Chorocastigos, y piedad de los dioses

Diana y yo (y mis papás y mi hermana) fuimos a ver la última función de la premiere mundial de Filoctetes, adaptación y actualización de la obra de Sófocles, por Fernando Savater. Salimos tarde de casa y sin boletos. Llegamos cuando la fila avanzaba por la entrada, y ya en la taquilla había un letrero pegado por dentro que decía: "Localidades agotadas". Frustración terrible, deseos retrospectivos de haber salido antes, etc.

Aclaro que la terrible frustración fue porque Diana y yo somos fans del filósofo español, hemos leído y compartido como un tercio de su obra y nos parece fenomenal, de divulgación pero completa, profunda pero accesible. Por lo que sentimos la fatalidad del destino (y nuestra propia irresponsabilidad) como un castigo innecesario, injusto y deplorable, y teníamos ganas de ponernos a chillar.

Nos consolaba pensar que nuestro ídolo había llenado el teatro todas las veces (fueron tres), lo que quiere decir que su fama crece, como debe ser después de escribir tanto y de forma tan clara y sensata. Ante nuestra frustración nos consolábamos, entonces, de la justicia que a él, a Savater, le hace el destino con conferencias y teatros llenos. Nos quedamos frente al recinto esperando a mis papás y a mi hermana, y cuando llegaron les dimos la mala noticia; los cinco dejamos caer los hombros y agachamos la cabeza. Resignación.

Decidimos que entonces iríamos a cenar temprano, pero en ese momento se formó una fila frente a las taquillas, y para nuestra sorpresa, empezaron a vender boletos. Diana preguntó y le informaron. Unas cortesías que ya no se iban a usar... Y así, de panzaso y cuando los actores ya estaban en el escenario, entramos a deleitarnos con el drama.

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