Subimos en caravana el cerro, tres coches en la noche del sábado al domingo. De repente pasamos el último poste de luz, la última casita iluminada, y seguimos adelante hasta llegar a las orillas del "guerrero muerto", vallecito cruzado por un riachuelo adonde arribamos finalmente a pie. Abrimos las cervezas y el vino, algunos tambores y un par de guitarras empezaron a sonar, y D y yo nos pusimos a contemplar la zona iluminada por la luna más allá del riachuelo desde debajo del árbol que nos cobijaba. No se veían las estrellas, o más bien, se veían entre gruesas ramas. En lo que concluía el caos del acomodo susurré a mi amada que fuéramos al otro lado del riachuelo a observar las estrellas. Ella estaba por proponerme lo mismo.
Del otro lado del riachuelo es un claro, ahí nos acostamos los dos sobre el pasto a ver el cielo. A nuestros pies la luna surgía entre las siluetas de los árboles, por encima de nuestras cabezas estaba la subida rocosa tras la que resplandece todas las noches el monstrito federal. El espectáculo infinito de las estrellas ante nosotros, con una profundidad inmaculada, y los dos tiritando agarrados de la mano nos empezamos a decir palabras dulces. De los árboles a nuestros pies, las voces y guitarras de nuestros amigos porfin prevalecían armoniosamente sobre el caos, y entonces decidimos en ese momento regalarnos nuestras almas y declararnos marida y marido, mujer y hombre, esposa y esposo, una y uno, amada y amado, amante y amante, querida y querido, querer y querer, libre y soberanamente unidos en complicidades y rivalidades. Nuestro notario y juez fue el cielo estrellado, y confirmó nuestra unión con dos estrellas fugaces, que vimos conmovidos mi musa y yo.
Después de ese breve y sonriente infinito volvimos con los amigos a cantar y beber. En la madrugada regresamos al defectuoso, y después de comer algo en un restaurante chino del centro, pasamos a dejar a los cuates que aprovecharon que teníamos vehículo para volver con nosotros. Luego conversamos cariñosamente un rato más y nos dormimos. Al día siguiente había un compromiso inaplazable y había que descansar. Lo que fue, ya no puede no haber sido, y esa boda de noche se queda conmigo.
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