6 de enero de 2008

Soberbio incooperante frente al Fiódor

Raskolnikov no me gusta para nada. Un tipo capaz de las peores fechorías mientras culpa a otros de ser bajos y perversos. Uno que se cree el centro del universo en cuanto a las decisiones que toman sus familiares, capaz de intervenir en la vida de los demás sin la más mínima consideración hacia ellos. Un cínico cobarde, que juega en su discurso a que confiesa, sin hacerlo nunca completamente. Así es como me parece hasta el tercer capítulo de la tercera parte del de Crimen y castigo. Me disgustó también Marmeládov, el desagradable borrachín irredimible.

Me parece que se describe una (iba a poner una época, pero puesto que en todas las épocas ha habido tiranos y liberales acotaré) situación en que todos depositan demasiadas expectativas en todos y se meten de más en la vida de sus conocidos. Una cosa es un consejo, recomendación o sugerencia, preocuparte por la otra persona, ofrecerle ayuda, y otra muy distinta una prohibición o imposición. Una situación, pues, en que los "errores" del prójimo afectan tremendamente a los protagonistas, podrida de origen. Yo valoro muchísimo la independencia y libertad en todos los ámbitos entre los individuos, y es por eso que no estoy cooperando con Dostoievsky, me parece un dramón en el que yo rechazo a cada paso las justificaciones malintencionadas.

Lo que sí, al momento de crear ambiente, de hacerlo a uno sentir nervioso y asustado por lo que se avecina o lo que acaba de suceder (como en la escena en que Raskolnikov mata a las viejas) el no por nada famoso escritor Ruso sabe crear tensiones y llevar sus tiempos magistralmente, y logra trasmitir perfectamente al lector la angustia feroz de su personaje principal.

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