Mis papás tenían una amiga que nos recibió y hospedó en Francia cuando yo tenía seis años y mi hermana dos, en aquella ocasión, en el metro de la ciudad Luz le sacaron a mi mamá del bolso los pasaportes de toda la famiglia (tal vez creyendo que el sobre contenía un fajo de dinero), y estuvimos varados en Lutecia por cerca de una semana tras la cual, en el centro de artículos extraviados de la urbe recuperamos nuestros documentos de viaje y pudimos proseguir hacia Parma donde nos esperaban muchos familiares y amigos.
Tuvimos mucha suerte de recibir posada en casa de Concha, a la que recuerdo siempre con el cabello gris, aunque tal vez es una proyección de las últimas veces que la vi; una mujer muy elegante, con un porte impecable y distinguido, y un modo de conversar, de preguntar y de ponerme atención que me hacían sentir que me tenía un enorme cariño. La última vez que la vi fue el año pasado, creo que mientras festejábamos el primer cumpleaños de mi prima Paulita, precisamente en los últimos días de febrero. Se veía tan bien, tan lúcida, conversamos tan sabroso y estuvimos tan de acuerdo política e intelectualmente, que me quedé con ganas de más, de volverla a ver, de que también viera crecer a Loana, claro, intermitentemente como conmigo, cada que viniera a México. Sentí un contacto, una amistad que ya no era sólo de mis papás, y luego tuve que ayudar a mi musa a cambiar y cuidar a nuestra beba que en ese entonces tenía tres meses y medio, casi cuatro.
Hace poco me contactó por facebook su hija Marie, me pidió los teléfonos de mis papás, yo la saludé, se los di, y le pregunté que cómo estaba su mamá... Tras enviar mi respuesta dudé, ¿por qué no le pedía directamente a su mamá esos datos?, y entonces tuve un oscuro presentimiento que resultó cierto, en su respuesta Marie me dijo que su querida madre murió en mayo pasado, de un cáncer terrible, y que cuando yo la vi ya estaba bastante mal. Quedé en shock. Sé que estamos de paso, que la vida es breve, que todos vamos para allá, pero es triste que personajes de ese calibre y entereza partan y otros menos dignos de este mundo sigan haciendo de las suyas. También porque como decía más arriba me quedé con ganas de conversar más y más con ella, vieja sabia. Mi pena es grande. Sé que cuando lo sepan mis papás también penarán.
En fin, aunque tardíamente y sin tu presencia, me despido, Concha, y si contra todas las probabilidades hubiese una afterlife, allá nos veremos en unos años (esperemos que muchos) y seguiremos platicando. Mientras tanto te llevo en el recuerdo.
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