22 de julio de 2012

Riesgos infantiles y adolescentes

Hace poco, mientras me bañaba, llegó a mi mente una imagen, o una escena de una vivencia, una ocasión en la que estuve a punto de ocasionar un accidente, y quién sabe, tal vez hasta de morir en el accidente, o al menos de salir herido y/o mutilado. Creo que esa es una respuesta de mi subconsciente por esa aparente despreocupación por algunas actitudes de Loana. Por ejemplo, le encanta Tinker Bell, y mi musa hace poco le compró unas alas para que se vistiera de hada, se las puso y como evidentemente no voló, concluyó que le faltaba polvito de hadas... Según yo, eso no representa ningún riesgo, pues ella no intentó volar ni subirse a un sillón o a una mesa para aventarse y hacer el intento. No, y de seguro hubiera estado muerta de miedo si en una de esas hubiera empezado a vencer espontáneamente la ley de la gravedad. De hecho en el libro de La misteriosa llama de la reina Loana, Paola, la esposa del protagonista, explica que los niños son mucho más centrados de lo que se cree, que un niño que agarra una sábana, se la amarra al cuello y se avienta de la ventana pretendiendo ser súperman es un niño enfermo, la abrumadora mayoría de los pequeños no son tan brutos.

Entonces, ¿qué hay con el accidente que casi ocasioné? Pues estaba yo con catorce o quince años en el laboratorio de mi mamá, y debajo de un escritorio tenían un tambo del tamaño de un extintor grande, de acero inoxidable, con varias capas de metal, del que salía una especie de vaporcito. Resultó ser nitrógeno líquido, en el que sumergían algunas muestras para congelarlas instantáneamente. El tambo tenía una larga cuchara supongo que para meter en ella la muestra al gas-líquido o para sacar un poco del material congelante y verterlo sobre la muestra, no lo sé. La cosa fue que no vi a nadie, era mi oportunidad, así que metí la cuchara al bote, y cuando la saqué estaba llena de un líquido hirviendo y humeante, aunque yo sabía peligrosamente helado. Me encantó, pensé en llevarme una pequeña cantidad a casa, así que la vacié en un tubo de plástico, pero si quería que se mantuviera en estado líquido, según mi imaginación de ese momento, tenía dos opciones, a) mantenerlo a menos 100 grados centígrados, cosa imposible, o b) mantenerlo bajo presión; así que se me hizo fácil tomar una tapa y enroscársela al tubo, sellando así el contenedor. En el interior del tubo, el líquido seguía hirviendo, era asombroso, arriba del hervor se acumulaba el vapor, y entonces sucedió, empecé a ver cómo el tubo se deformaba lentamente, y cómo empezaba a salir a presión vapor de nitrógeno desde la tapa que empezaba a silbar ominosamente.

Claro, en este caso yo ya era un puberto, no un pequeño de dos a seis años, y estaba experimentando con elementos peligrosos que desconocía, con premisas falsas, etcétera, no con la simple y siempre experimentable gravedad. Es decir, sigo creyendo que un niño chiquito no hace tantas estupideces lógicamente en contra suya como un adolescente o adulto, sí, hay que limitar los riesgos, no dejar cuchillos a la mano, recipientes con agua hirviendo, fuego, etc. Pero de ahí en fuera creo que está más en riesgo de muerte un puberto/adolescente/adulto que un pequeño al que sus papás le ponen suficiente atención, por más que lo dejen caerse y darse uno que otro trancazo de vez en cuando.

La explosión levantó una capa de agua que me empapó. En cuanto vi que el tubo de plástico empezaba a deformarse corrí hacia la puerta buscando algún lugar donde aventarlo, cerca de la entrada trasera había un pozo al que tiré la bomba de tiempo recién construida que voló en cuanto cayó al agua. Fuera de quedar mojado y un poco nervioso, no había rastro de mi crimen, ni siquiera logré ver pedazos del recipiente que había contenido por unos segundos mi tan ambicionado nitrógeno líquido.

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