5 de mayo de 2008

Dulzura y ridículo

D y yo tenemos un carácter terrible, los dos olemos el control a kilómetros de distancia y somos tan dignos que nos agravia. Por lo que desde muy temprano en la relación implementamos un sistema de lo que llamo peticiones dulces. Es decir, cuando le pedimos algo al otro (así sea que pase la sal), lo hacemos con una cuidadosa elección de las palabras y del tono, que en la mayoría de las veces parece el de un(a) niño(a) pequeño con uso de diminutivos y todo. La ambiguedad que esto conlleva cuando hablamos de cosas de adultos es muy divertida, tan sólo es cosa de imaginarse a mi musa diciendome con voz infantil que me quite la camisetita para hacerse una idea.

Nuestro temible carácter nos hace suceptibles de ponernos todos agresivos y violentos, con lo que al final de las riñas nos sentimos agotados y tontos, quizá con justificados y buenos motivos para alocarnos, pero nunca con objetivos claros. Por lo que en momentos de paz, como terapia reconstructiva nos ridiculizamos. Por ejemplo, yo solía utilizar un modo de argumentación denominado por D como "interrogatorio judicial Style", en el que, digamos que yo supiera que estábamos hablando del problema A, entonces, para iniciar mi argumentación "constructiva" preguntaba autoritariamente: ¿estamos hablando de A, sí o no?

El acabose. A nadie le gusta sentirse acorralado, y a D menos que a nadie. A partir de mi modo de arrinconarla se acabó la cooperación (si es que existía en primer lugar). Pero un día se le ocurrió a mi amada preguntarme con voz de sargento, ¿quieres café, sí o no? Carcajadas de los dos. Desde ahí el interrogatorio judicial Style dejó de ser efectivo en discusiones, excepto para hacernos reir mucho y tranquilizarnos.

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