28 de febrero de 2010

Serenidad e inexpresividad como respuesta

Loana está a punto de cumplir cuatro meses, ya le van a tocar otra vez vacunas, y ya está en otra etapa de desarrollo totalmente distinta de la que vivía hasta aprox antes de los tres meses. Ya no es la nena apasible que solía ser, que no se quejaba más allá de lo necesario, y de la que creíamos comprender perfectamente sus necesidades. Ahora sonríe mucho más, es encantadora esa sonrisita pícara y vivaracha, que me captura, me cautiva, me hace sentir una conexión más allá de las palabras y del tiempo y del espacio; pero también llora más, hace más berrinches, de repente pone un puchero hermoso y a momentos da unos grititos en un tono autoritario y enojón mientras frunce el ceñito y mueve con fuerza los bracitos.

El otro día la descubrimos dramatizando. Fue así: mi amada escuchó en un programa de esos de foro de discusión con tema de bebés, que no había que usar tonos afectados ni gestos cuando un bebé se alteraba. Que había que mantener un tono de voz sereno y un rostro neutro, prácticamente inexpresivo. Así que en uno de los peores berrinches de Loana hasta esa fecha, mi musa empezó a actuar según la sugerencia dada en el programa, y después de unos treinta segundos de esa serenísima actuación la bebé se calmó, e incluso empezó a sonreir y a coquetearnos.

Mi compañera creyó que ya podía otra vez sonreirle y hablarle emocionadamente, pero en cuanto lo hizo para felicitarla de su cambio de actitud, la bebé hizo otra vez puchero y empezó con sus berridos. Si esa pequeña ya nos tiene bien agarrada la medida, sabe cómo hacerle para que en cualquier momento su mamá llegue a su rescate, o para que yo me asome y empiece a revisar qué tiene.

Creo que en no mucho tiempo le empezarán a salir los primeros dientes de leche, porque últimamente se ha estado metiendo la manita a la boca como para presionar sobre sus encías. Si así fuera entonces nuestra cría es super precoz.

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