4 de febrero de 2010

Parecon - Parte 1 (35 de 48)

En conclusión, mientras que por supuesto el grado de inequidad es mucho mayor en economías con empresas privadas en donde las personas pueden acumular dentro de sus propiedades medios de producción y un flujo de ganancias obtenidas de dichas propiedades, las inequidades de ingresos debidas a talentos y habilidades humanos desiguales, aunque menores, son inequitativos por la misma razón. Cuando los pagos se basan en el valor de las contribuciones al producto, la inevitable distribución desigual de talentos, habilidades, y herramientas llevará a diferencias injustificables moralmente en cuanto a los beneficios económicos. Es más, aun cuando es teóricamente posible igualar la propiedad privada de bienes no-humanos (como el entrenamiento o las herramientas) por medio de su redistribución, no es posible hacer lo mismo en el caso de bienes humanos (talentos innatos, tamaño, etc) desiguales. La única forma concebible de eliminar inequidades del tipo "doctor Vs basurero" discutidas el capítulo anterior es basar los beneficios en algo diferente que la contribución al resultado y esto no es posible en ninguna clase de economía de mercado.

Solidaridad

La aversión por la comercialización de las relaciones humanas es tan vieja como el comercio mismo. La expansión de los mercados en la Inglaterra del siglo XVIII llevó al filósofo político británico, nacido en Iralnda, Edmund Burke a pensar:

La era de la caballería ha terminado. La era de los sofistas, economistas, y calculadores está sobre nosotros; y la gloria de Europa se extinguió para siempre.
Del mismo modo, el historiador británico Thomas Carlyle advirtió en 1847:
Nunca en esta tierra, fue la relación del hombre con el hombre llevada a cabo tanto tiempo solamente por pagos de efectivo. Si, en cualquier tiempo, una filosofía de laissez-faire, competencia y oferta-demanda empieza a ser el exponente de las relaciones humanas, esperen que acabe pronto.
Y por supuesto mediante todas sus críticas al capitalismo, Karl Marx se quejaba de que los mercados gradualmente lo vuelven todo bienes de consumo que corroen los valores sociales y menoscaban a la coumnidad:
[Con la propagación de los mercados] llegó un tiempo en el cual todo aquello que las personas habían considerado inalienable se convirtión en objeto de intercambio, de tráfico, y pudo ser enajenado. Este es el tiempo en el que las mismas cosas que hasta entonces habían sido comunicadas, pero jamás intercambiadas, dadas, pero jamás vendidas, adquiridas, pero nunca compradas --la virtud, el amor, la convicción, el conocimiento, la conciencia, etc.-- cuando todo, en resumen se pasó al comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal [...] No se ha dejado otro nexo restante entre hombre y hombre que el desnudo interés propio y el cruel pago en efectivo.
Como todas las instituciones sociales, los mercados proveen incentivos que promueven ciertos tipos de comportamiento y desmotivan otros. Los mercados minimizan los costos de las transacciones de ciertas formas de interacción económica, especialmente aquellas que son personales e involucran agentes privados, por lo tanto facilitandolas, pero los mercados no hacen nada para reducir los costos de las transacciones y con ello facilitar las otras formas de interacción, especialmente aquellas que son públicas e involucran implicaciones colectivas.

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