Notemos que la gente cuyo contexto religioso es politeísta raramente estará buscando una respuesta en los propósitos de Dios. Los antiguos griegos, por ejemplo, creían en una plétora de dioses, peleando, festejando, y copulando entre ellos. Los dioses griegos tenían frecuentemente propósitos enfrentados. Así pues, los dioses griegos no proveían un conjunto consistente de propósitos al cual los antiguos griegos pudieran atribuirle el sentido de la vida. En esa tradición politeísta, el lugar natural para buscar sentido era dentro de la vida humana misma. La gente apelaba a los dioses porque los creía poderosos, no porque pensaran que sus propósitos fuesen buenos. Buscaban la ayuda de los dioses para metas y causas que ellos ya habían juzgado valiosas con estándares humanos. Sólo en una tradición monoteísta pudieron aparecer los propósitos de Dios como el sentido de la vida.
Los sin Dios no creemos en un Dios monoteista. Buscamos otro camino; cualquier camino que lleve a Dios es un callejón sin salida. para avanzar en la búsqueda, sin embargo, no es suficiente con tan sólo dejar de creer en Dios. Debemos también dejar atrás toda la estructura conceptual orientada a los propósitos que el razonamienteo de Aquino presupone. En lugar de preguntarnos cual es el propósito de nuestra vida, deberíamos preguntar cómo encontrar sentido y valor en nuestras vidas. El sentido no es algo fuera de la vida sino algo inherente, dentro de ella.
En cualquier caso, no está claro para nada que recurrir a Dios responda de verdad a la pregunta del sentido. Recurrir a los propósitos de Dios para dar sentido a la vida sólo funciona si los propósitos de Dios de verdad son buenos. En su ensayo, "La adoración de un hombre libre", Bertrand Russel, efectúa un experimento mental sumamente interesante. (Russell 1981) Russell pide que imaginemos un universo en el cual los propósitos de Dios son todo menos benévolos. Aburriéndose cada vez más con la alabanza interminable de los ángeles, Dios creó el sistema solar en el cual evolucionarían criaturas con libre albedrío. Quería ver si tales criaturas también terminarían alabándolo. Cuando lo hicieron, cuando renunciaron libremente a los placeres del mundo en su nombre, perdieron su valor como entretenimiento. Entonces Dios destruyó si sistema solar mientras que, imagina escalofriantemente Russel, planeaba hacer que se representara nuevamente esa misma obra para Él. Si esta historia fuera cierta, ¿acaso alguno de nosotros alabaría seriamente a un Dios así?
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