17 de julio de 2011

Encerrados por catarro infinito

El lunes pasado se cayó un árbol sobre el edificio donde vivo y postié al respecto. El Chocos, insidioso como pocos, pidió evidencia gráfica del suceso, que por supuesto tengo pero no voy a publicar porque revelaría no sólo el acontecimiento, sino mi ubicación en la ciudad, el piso en el que vivo, y algunas vulnerabilidades estructurales del edificio. Como sea, si el Chocos quiere ver esa evidencia se la mostraré en persona, sin ningún reparo.

Ese mismo lunes por la noche mi compañera y yo entramos de lleno a la enfermedad que nos contagió Loana, nos medicamos con antistamínicos y espectorantes, sin antibióticos, pues así fue la indicación del médico. El jueves por la tarde mi musa volvió a contactar a su médico y le refirió todos sus síntomas, y él le mandó una receta con la lista de antibióticos que tendría que consumir (inyectados, háganme el favor). El viernes, la doctora de la guardería de Loana revisó a nuestra pequeña y nos dijo que no sólo nuestra infanta no iba de salida, sino que además tenía una infección durísima que ya se le había trepado al oído derecho y estaba por empezar a atacar sus bronquios. Con lo cual, antibióticos también para ella, y de paso para mí. Además de la restricción de no sacar para nada a Loana.

Hoy yo ya me siento bastante bien, y veo a Loana cada vez mejor, más alegre, más ella misma, más sana, más activa; pero mi musa, a pesar de las inyecciones no ha mejorado, se siente de lo más mal y está desesperada. ¿Será que su médico no le atinó con la receta?, ¿no habría mejor que pedirle consejo a la pediatra de la escuela de nuestra beba?, ¿qué putas puedo hacer, Tarumba, si no soy médico ni curandero ni chamán ni charlatán...? ¿Qué puedo hacer si no puedo hacerle nada, y tendría enormes ganas de ayudar y ayudar?

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