Todavía no está determinado lo que significa ser humano, porque todas las facetas de nuestra cultura --e incluso de nuestra biolgía misma-- permanecen abiertas a la innovación y a la intución. No sabemos qué seremos en mil años --o de hecho si seremos, dadas las letales absurdidades de muchas de nuestras creencias-- pero cualesquiera que sean los cambios que nos esperan, hay algo que parece improbable que cambie: mientras que las experiencias sigan, la diferencia entre felicidad y sufrimiento seguirán siendo nuestras preocupaciones primordiales. Querremos por lo tanto entender esos procesos --bioquímicos, conductuales, éticos, políticos, económicos, y espirituales-- que dan cuenta de esa diferencia. Aún no tenemos nada que se parezca a un entendimiento final de tales procesos, pero sabemos lo suficiente como para descartar muchos entendidos falsos. De hecho, sabemos suficiente en este momento para decir que el Dios de Abraham no sólo es indigno de la inmensidad de la creación; es indigno incluso del hombre.
Hay mucho más por descubrir sobre la naturaleza de la mente humana. En particular, hay mucho más por entender sobre cómo la mente puede transformarse de un mero recipiente de codicia, odio, y engaño, en un instrumento de sabiduría y compasión. Los estudiosos del Buda están muy bien posicionados para mejorar nuestro entendimiento en ese frente, pero el budismo como religión se interpone en su camino.
Matando al Buda, Sam Harris, Shambhala Sun, Marzo de 2006.
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