Me vi en el espejo, gordo, con pelos de todos los tamaños en la cara, y canas. Muchas canas, algunas en el mostacho, pero la mayoría en la cabellera, cerca de la frente, con lo que se notan de inmediato. Algunas canas están ahí desde la última vez que me corté el cabello, o hasta antes, y por lo tanto son blancas y largas tanto como el cabello mismo, otras en cambio empezaron a salir hace no mucho, así que son cabellos normales desde la punta hasta como la mitad, y luego canas. Supongo que las desveladas provocadas por esta compulsión de escribir son lo que más me ha pegado. Claro, a veces hay que despertar a las tres de la mañana para cambiarle el pañal a Loana, y cuando mi pequeña era más chica había que levantarse todas las noches unas tres o cuatro veces por distintos motivos. Hoy en día, si me desvelo es más por este hobby de escriba que por mi hija, pero sé que dentro de no mucho, dentro de tres meses aprox, empezarán a salirme más y más canas por el nacimiento del por ahora llamado Matute, bautizado así por una de sus tías que nos dijo que así se llamaría (ante nuestra negativa por ponerle nombres bíblicos, romanos, griegos, gringos o árabes) hasta que nos decidiéramos por algún nombre decente.
Esto de las canas me recordó cuando mi mamá, que nos había llevado a mi hermana y a mí con ella mientras hacía su doctorado en Francia, nos pedía en las tardes que le quitáramos las canas. Nos pagaba un franco por cana que le arrancáramos, y como se pintaba el cabello con frecuencia, y la regla era encontrar canas completas, no le encontrábamos muchas nunca. Mi hermana y yo nos dividíamos la cabeza de mi mamá en dos, y nos dedicábamos a hacerle piojo durante un largo rato mientras encontrábamos alguna que otra cana o nos dábamos por vencidos. Era una competencia tras la cual mi hermana casi siempre salía ganando, independientemente de que intercambiáramos lugar o yo designara alguna parte del cuero cabelludo de mi madre como de mi propiedad (creyendo que ahí encontraría el mayor número de canas). Tal vez mis búsquedas eran menos fructíferas porque, como me dice mi musa casi a diario, busco con las patas.
La cosa fue que en una de esas, tras mucho hacerse esperar y tras mucho retrasar su llegada, finalmente arribó mi papá a Montpellier a visitarnos. En México, sólo y güerito no le había ido muy bien económicamente y hasta sus cuñados (mis tíos) le habían robado dinero, así que por eso en cuatro años que mi mamá, mi hermana y yo estuvimos en el país galo, mi padre sólo fue a vernos una vez. Cuando llegó me sorprendieron dos cosas, a) tenía la voz demasiado aguda para mi gusto, que ya no la recordaba y la esperaba grave como de barítono, y me desilusionó un poco esa voz demasiado juvenil, demasiado chillona, para tener alguna autoridad. O bueno, así me lo pareció en ese momento, hoy en día juzgo la autoridad de quien sea por sus argumentos y no por el tono de voz. b) tenía las patillas totalmente hechas de canas, y gran parte del resto de la cabellera también, con lo que por un momento me visualicé millonario.
Me le acerqué y le pregunté: "Papá, ¿cuánto me das por cada cana que te quite?", y su respuesta no se hizo esperar: "Un madrazo", con lo que me retiré con la cola entre las patas.
2 comentarios:
Ja ja ja que mal que te daban un madrazo por las canas que quitabas...bueno, espero que tu no esclavices a tus hijos para que te quiten las canas, por que a mi me ha pasado y quitarle las canas a las personas mayores no es precisamente la tarea mas agradable de todas
Saludos!!
No, mi papá no me dio ningún madrazo, porque no le quité ninguna cana :-)
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