En el inicio de los tiempos los árboles tuvieron un problema. Sus frutos, amargos, espinosos y repulsivos, caían justo debajo de sus enormes ramas y estas tapaban la luz. De hecho, debajo de las copas de los árboles estaba ligeramente oscuro, lo cual no representaba tanto un problema para los gigantes individuales pues sus vidas eran prácticamente infinitas, podían llegar a vivir diez o quincemil años, algunos estaban ahí desde siempre, y sólo ellos recordaban los tiempos en que habían sido suaves plantas sobre la hierba. Los árboles que habían crecido sobre montes o superficies inclinadas habían tenido más descendencia que los que se habían desarrollado sobre terrenos planos, porque los frutos de los primeros rodaban fuera de la sombra, mientras que los de los segundos se quedaban ahí, se volvían abono y si alguna plántula intentaba germinar se marchitaba en esa noche artificial permanente que ocasionaban sus progenitores.
Había una inmensa red de raices interconectadas con las que los árboles se comunicaban instantáneamente, eran como neuronas que hacían una gran mente. La mente arborea se dió cuenta de que para salir de ese lugar en el que estaba, para cubir más superficie, necesitaba que los frutos llegaran más lejos, que las semillas se sembraran en terrenos sin sombra, y se necesitaban más árboles para poder pensar mejor, para poder prever mejor, y reaccionar mejor ante la incesante caida de meteoritos que en esa época ya había aniquilado a tantos desertificando zonas enteras. Se les ocurrió que la mejor estrategia sería una simbiosis: dejarían que los animales hicieran casa en ellos y muchos perdieron sus espinas; harían que los mismos animales transportaran las semillas a donde hubiera suficiente luz y volvieron sus frutos dulces y sabrosos. Con lo anterior lograron su cometido y se expandieron por toda la faz de la tierra. La red neuronal creció tanto que se volvieron ambiciosos. Había que salir del planeta y colonizar otros mundos. Entonces dieron un tipo de proteína que haría más listos a los individuos de una especie de simios erectos, la idea era llevarlos a crear tecnología para colonizar todas las estrellas, pero la elección de la especie que llevaría a los árboles al espacio no fue tan buena. La rebelión destruyó demasiados árboles, la red neuronal arborea disminuyó dramáticamente y la misión espacial cambió de objetivos y de rumbo. Fue así como todos perdimos.
29 de julio de 2011
Recuerdos de los árboles
Etiquetas: estrategia - Publicó persona.vitrea a las 09:00
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