El treinta de diciembre del dos mil cinco, a las siete u ocho de la noche, me encontré por primera vez con quien ahora es mi amada compañera en la cafebrería El Péndulo en la Condesa. O bueno, no era la primera vez que nos veíamos, ni la primera vez que cruzábamos palabra, sino que era la primera vez que salíamos juntos, solos, los dos, con intención de conversar y conocernos mejor. Esa primera vez, según recuerdo, conversamos de literatura (qué apropiado para el lugar), conversamos de Cortázar y de Eco, conversamos de Rayuela, de La isla del día de antes, conversamos, por medio de nuestros gustos por esos autores y esas obras, de nosotros.
Me acuerdo en qué parte del péndulo estábamos, me acuerdo de donde estaba yo sentado, me acuerdo de que ya habíamos chateado un poco y ya nos habíamos hecho cuates por medio electrónico, me acuerdo que nos compramos, el uno a la otra y viceversa, para regalarnoslos, libros. Me acuerdo que de repente se acercó un mesero un poco apenado y nos dijo que si queríamos algo más porque ya iban a cerrar la cocina, y un poco después para avisarnos que ya iban a cerrar el lugar, o sea que nos estaba corriendo. Me acuerdo que yo desconocía si mi ahora musa tenía coche y le pregunté cómo se regresaría a casa, y ella me dijo que en taxi; me acuerdo también que como mis papás habían salido de viaje como todos los años en estas fechas, yo tenía el coche de mi papá (en ese entonces un mistique azul) y me ofrecí a llevarla yo. Me acuerdo bajar del coche e ir con ella hasta la puerta, me acuerdo del primer beso; y me acuerdo de todo lo demás, que será cubierto por un velo de censura.
Y así fue, un día como hoy, pero de hace seis años, empezó una aventura, un idilio, algo que ninguno tenía pensado que durara tanto, que diera hijos, que fuera tan rico y complejo y fuerte e infinitos perpendiculares.
30 de diciembre de 2011
Fue hace seis añotes
Etiquetas: reflexiones - Publicó persona.vitrea a las 09:00
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