La publicidad cambia nuestros deseos. Los publicistas, independientemente de lo que digan, no dan nuestros quereres por sentados, no asumen que nuestros deseos son innatos e inmutables. No ven su rol meramente como el decirnos donde encontrar lo que queremos al mejor precio. La publicidad también crea deseos; intenta unir evaluaciones emocionales positivas con bienes y servicios, y muy seguido lo logra. Frecuentemente no estamos concientes de por qué queremos lo que queremos. La publicidad se aprovecha de nuestra falta de conciencia, de lo desprotegidos que estamos de querer por las razones y asociaciones más endebles.
Nuestros deseos responden a la información nueva. Mientras más sabemos sobre la naturaleza de lo que sea que queramos, nuestro deseo por aquello es susceptible de cambiar. David Hume, el psicólogo y filósofo escocés del siglo dieciocho que ayudó a formular las toscas asunciones psicológicas posteriormente adoptadas por la teoría económica, aceptadas tal cual. En la cita introducctora del capítulo, hace notar que aunque podríamos querer inicialmente comernos una fruta, si descubriéramos que no es comestible, entonces nuestro deseo se desvanecería.
Razones para desear
Es cierto, pero trivial, que la gente intenta satisfacer sus deseos. Necesitamos ver por debajo de la superficie del querer-satisfacción y juzgar las razones por las cuales la gente tiene los deseos que tiene. Los deseos y quereres no son la explicación fundamental del modo en que una persona es. Ni los quereres y deseos son lo más importante de la gente. La gente tiene razones para tener los quereres que tiene, razones que descanzan en un nivel más profundo que su querer y sus deseos. Sus razones involucran emociones y creencias sobre como es el mundo y como debería ser, y podemos evaluar sus razones en tanto buenas o malas.
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