La gente normalmente actúa por algunas razones. Normalmente podemos encontrar una explicación de porqué tiene los quereres y deseos que tienen. Podemos entender las razones por las cuales una persona está motivada a actuar del modo en que lo hace. Si no tienen razones para nada, si no podemos encontrar explicaciones para su motivación, entonces sus acciones nos parecerán desconcertantes, irracionales o incluso locas.
Imaginemos a alguien que siempre escoge una cosa por encima de otra sin ninguna razón. Gerald Gaus da el siguiente ejemplo de cómo tal comportamiento parecerá irracional:
Esto es así incluso con aparentes elecciones triviales, como ejemplo, si una persona siempre escoge helado de chocolate en lugar de vainilla, aún cuando no disfruta el chocolate más, no encuentra su color más agradable, no está buscando agraciarse con su amigo chocolatero, ni lo hace siquiera para ahorrarse los costos de la toma de decisión. Simplemente elige chocolate sin ninguna razón de ningún tipo. Esto, creo, está mucho más cerca de un paradigma neurótico que el de una acción racional. (Gaus 1990:101)
Incluso si alguien siempre actua para cumplir sus quereres, sigue queriendo lo que quiere por alguna razón. Alguien que no tuviera razones para sus deseos no sería una persona psicológicamente sana.
Podemos ver más fácilmente las razones detrás de los deseos, quereres, y preferencias cuando son malas razones. Recordemos el mito de Sísifo. En la mitología griega, Sísifo, el primer rey de Corinto, fue irrespetuoso con los dioses. Los dioses, enojados, condenaron a Sísifo a empujar una roca hacia la punta de una colina por toda la eternidad, sólo para que cuando estuviera a punto de llegar a la cima se le escapara y rodara nuevamente a la base. El castigo de Sísifo no fue el trabajo duro, sino el sinsentido total de su vida. El mito de Sísifo se ha vuelto la metáfora de una vida sin sentido. (Camus 1955) Ahora consideremos un experimento mental que reescribe este mito:
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