A Loana le ha dado por berrear en cuanto algo que pide no se le cumple. Incluso si sí se lo vamos a dar, pero le pedimos que se o porque lo que nos pide debe ser preparado y la preparación toma tiempo, en cuanto oye el "no", o el "en un momentito", o el "voy a prepararlo, me va a tomar x minutos"; es decir en cuanto hay un obstáculo, el que sea, como sea, empieza a llorar. Así que mi musa y yo ya empezamos a hartarnos, y también a preocuparnos, ¿tendremos acaso que ser durísimos con nuestra hija?
Creo que si no durísimos al menos sí severos. Llorar porque algo le duele, o porque algo le causa un enorme sentimiento de pérdida o abandono lo entiendo y lo "respeto"; pero llorar por llorar, como estrategia para conseguir lo que desea, no. Afortunadamente mi compañera también está en sintonía con eso, y por lo tanto ahora que Loana se ha puesto a berrear desconsolada, ya no va a rescatarla como si yo hubiera estado haciéndole daño; ahora hace de tripas corazón, se aguanta, y deja que se calme solita. Ya una vez calmada nuestra cría, ya sea ella o yo la atendemos, cuidándonos mucho de no darle aquello por lo que empezó el llanto, no vaya a pensar que su drama dio resultado.
Un compañero de trabajo me dijo que a veces, una buena nalgada dada en el momento justo, evitaba todos los futuros berrinches, y me platicó cómo una vez a su hijo menor le había puesto la nalgada en cuanto empezó a llorar y el niño había aprendido y ya no lloraba... Pues bien, a Loana le di una vez una nalgada por berrinchuda, pensando precisamente en la anécdota narrada por mi colega. No funcionó. Tal vez no fue en el momento justo, tal vez no fue una "buena nalgada", tal vez no funciona igual con todos los niños, pero ahora, después de como un mes de la nalgada, Loana todavía me la recuerda y me dice, con esa voz sabia e infantil a la vez: "Papá, me diste una nalgada, no me vuelvas a dar una nalgada".
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