Supongamos que los dioses, al condenar a Sísifo al destino recién descrito, al mismo tiempo, como reflexión posterior, rellenaran las grietas de modo perversamente piadoso implantándole un impulso extraño e irracional; esto es, un impulso compulsivo para rodar piedras. Podríamos si quisiéramos, hacer esto más gráfico, supongamos que los dioses lograran esto implantándole alguna sustancia que tuviera ese efecto en su carácter y sus impulsos. . . . Ahora podemos ver porqué este pequeño pensamiento posterior de los dioses, el cual yo llamo perverso, fue también de hecho piadoso. Pues debido a ese truco habrían logrado darle a Sísifo precisamente lo que quiere --al hacerlo querer precisamente aquello con lo que lo castigan . . . Donde de otro modo podría haber deseado profundamente que todo cesara, . . . su vida está ahora llena de misión y sentido. (Taylor 1970:259)
Este segundo y modificado Sísifo obtiene la satisfacción de sus quereres. Pero ¿acaso por lo tanto su vida se vuelve significativa? Podría sentirse más significativa para él, ¿pero es de verdad así? El problema es que detrás de los quereres y deseos del segundo Sísifo está un "impulso extraño e irracional". Este impulso es la razón del deseo del segundo Sísifo de rodar piedras, y no es una buena razón; es una razón extraña e irracional. Los quereres y deseos, tal y como los experimentamos de hecho, no son siempre buenas guías hacia el sentido. Debemos voltear hacia las razones por las cuales tenemos esos quereres, y reconocer que esas razones pueden ser malas.
En suma, no deberíamos aceptar la visión de los quereres y deseos que es parte de la ideología subyacente de nuestro sistema económico. No tenemos un conjunto de preferencias duradero que debemos satisfacer máximamente para tener una vida significativa. Nuestras preferencias no son fijas. En cambio, las formamos como respuesta a las circunstancias. Detrás de nuestras preferencias hay razones. Sin razones, nuestros quereres y deseos serían neuróticos e irracionales. Tales razones pueden ser buenas o malas. Nuestras razones para desear, no nuestros deseos en si mismos, son la fuente de lo que importa.
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