Hace un par de semanas mi musa y yo fuimos a un centro comercial donde había una tienda dedicada exclusivamente a estilistas. Con peines y cepillos de todos los tamaños y colores, con una variedad de tijeras increíble, con pinzas, pincitas y pinzotas para pelo, capas cubre hombros de diversos materiales y texturas, tratamientos, cremas, navajas, máquinas rapadoras, ligas y botes aplicadores. Mi princesa me había mencionado su intención de despuntarme la orzuela así que nos dio un ataque de compras, en el que nos hicimos del kit mínimo de accesorios para jugar a la peluquería.
La semana siguiente a nuestra adquisición, mi estilista favorita me emparejó el cabello. Cuando uno va a una peluquería y dice que sean 2 centímetros y se llevan cinco o diez, suele haber pleito y hasta negativa a pagar. Sigo teniendo el cabello largo, cae detrás de mis hombros y se junta todo en una coleta de unos 20cm a partir de mi nuca, pero sé que para emparejar mi melena, la operación requirió algo más que un despunte. Antes pasaba mi antebrazo por detrás de mi espalda y tocaba las puntas de mi greña amarrada, pero ahora ya no alcanzo. Me quedó parejito, eso sí, y sentí que mi amada me peluqueaba con tanto cariño que incluso si me lo hubiera dejado de tan sólo dos centímetros de largo, creo que me habría gustado.
Desafortunadamente en nuestro saloncito de belleza no podemos cambiar de papel, aunque a mí me encantaría cortarle el cabello a ella mientras le chuleo el cabello y le invento choros con respecto a lo hermosa que se verá (sin necesidad de mentir, pues ya se ve así). Pero hacerlo no es feacible porque mi inexperiencia la aterra y no creo que me deje en el corto plazo.
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