22 de agosto de 2008

Fin del mundo conocido (6 de 10)

Según el Departamento de Energía de los E.U., los combustibles renovables, incluyendo la energía eólica, solar e hidráulica (junto con combustibles "tradicionales" como la madera y el estiercol), suministraron tan sólo 7.4% de la energía global en 2004; los biocombustibles sumaron otro 0.3%. Mientras tanto, los combustibles fósiles --petróleo, carbón y gas natural-- suplieron el 86% de la energía mundial, la energía nuclear otro 6%. Basado en los ritmos actuales de desarrollo e inversión, el DoE proporciona la desastrosa siguiente proyección: En el 2030, los combustibles fósiles seguirán representando exactamente la misma porción de energía mundial que en 2004. El incremento esperado en renovables y biocombustibles es tan escaso --sólo 8.1%-- como para ser virtualmente insignificante.

En terminos del calentamiento global, las implicaciones son nada menos que catastróficas: El crecimiento de la dependencia del carbón (especialmente en China, India, y los EU) significa que se prevé que las emisiones globales de dióxido de carbono se incrementen un 59% en el siguiente cuarto de siglo, de 26.9 billones de toneladas métricas a 42.9 billones de toneladas. El significado de esto es simple. Si estos números se mantienen, no hay esperanzas de evitar los peores ejemplos del cambio climático.

Cuando se trata de las reservas energéticas globales, las implicaciones son casi igual de graves. Para abastecer la ascendente demanda de energía, necesitaríamos una afluencia masiva de combustibles alternativos, que significarían del mismo modo inversiones masivass --del orden de los trillones de dólares-- para asegurarnos que las nuevas posibilidades se muevan rápidamente desde el laboratorio a una escala comercial total de producción; pero eso, triste es decirlo, no aparece en la baraja. En cambio, las mayores empresas de energía (apoyadas en E.U. con abundantes subsidios gubernamentales y exenciones de impuestos) están poniendo sus mega-afortunadas utilidades derivadas de los crecientes precios de la energía en esquemas vastamente costosos (y ambientalmente cuestionables) para extracción de crudo y gas en alasca y el ártico, o para perforar en las profundas y difíciles aguas del golfo de México y el océano atlántico. ¿Cual es el resultado? Algunos barriles más de petróleo o pies cúbicos de gas natural a precios exhorbitantes (con el consiguiente daño ecológico), mientras que las alternativas no-petroleras cojean deplorablemente.

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