11 de octubre de 2008

Sigo resumiendo El valor de educar

El tercer capítulo se titula El eclipse de la familia. Empieza constatando que los niños llegan a la escuela tras un periodo en el que, el medio del que provienen (que antes era comunmente la familia) los debe haber preparado en una socialización primaria, que consiste en cosas como: hablar, asearse, vestirse, obedecer a los mayores, proteger a los más pequeños, etc. Si los niños llegan carentes de esa socialización primaria sobrecargan al sistema educativo. Lo característico de la familia es su tono afectivo, el ser refugio para los niños de la hostilidad exterior. La familia puede afectar a los niños de por vida para bien o para mal en cuanto a su modo de relacionarse con los demás. Sin embargo, en esta época, la familia y su papel educativo de socialización primaria está declinando. Las escuelas reciben a los alumnos mal socializados, lo que les dificulta mucho la tarea original de instruir.

¿Qué está pasando con la familia?, convergen muchos motivos. Algunos desde el punto de vista sociológico que Savater enumera pero sobre los que no profundiza (ya hay numerosos estudios y análisis inmejorables). El enfoque propuesto en cambio es sobre el fanatismo por lo juvenil en nuestros tiempos, la madurez está en desprestigio y todos reniegan de la vejez. Los héroes del momento son "Bill Gates o Macaulay Culkin, los adolescentes prodigiosos que ni siquiera han necesitado crecer para hacerse multimillonarios". Pero la madurez es imprescindible para tomar las riendas de una familia, y los adultos no desean esa responsabilidad. El problema es que cuanto menos padres quieren ser los padres, más se pide paternalismo del estado. Es una crisis de autoridad que vuelve a la familia incapaz de asentar el "principio de realidad".

El principio de realidad se basa en el miedo. El miedo debe ser encausado por la autoridad familiar. El miedo es un elemento pedagógico de coacción muy útil para lograr actitudes y actividades a las que de otro modo los niños no se adentrarían voluntariamente. Tampoco se trata de someter aterrorizando, sino de enseñar a librarse del temor razonando a partir del mismo. El autoritarismo es desagradable de asumir, pero tal vez los padres de hoy, en lugar de rehuir de ella, deberían balancear la paterna autoridad gestionadora del miedo iniciático en el que se funda el principio de realidad, combinada con ternura maternal.

Otro motivo del eclipse familiar es la televisión. Muestra el mundo, antes cubierto por un velo de "pudor", ante los ojos de los niños. Es una fuente de ejemplos que sustituyen el vacío familiar, desgraciadamente son demasiados para la comprensión cabal de los niños, y la calidad del contenido es terrible. El problema no es que la televisión no eduque suficiente, sino que lo hace demasiado. Ojalá los papás acompañaran a sus hijos mientras ellos están frente al televisor, pero no, el aparato está ahí cuando los padres están ausentes, para distraer a los hijos de esa ausencia, y a veces enagenando a los mismísimos progenitores. Esto complica aún más el esfuerzo educativo, pero también "abre posibilidades prometedoras para la formación moral y social de la conciencia de los futuros ciudadanos".

Ante esta situación, Savater finaliza proponiendo de modo sensatísimo un enfoque para abarcar en el programa educativo escolar temas como la ética, la religion, el sexo, las drogas y la violencia. Pero quienes quieran enterarse de sus sabias palabras acerca de esos puntos, harán mejor en leer el libro ya que es un trabajo excelente y este "resumen" ya violó una de mis reglas de extensión.

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