Mientras mi amada estuvo en el hospital, yo me quedé ahí, pues esas son las reglas, debe haber un familiar por si se complica todo y el paciente queda inconsciente, y se deben tomar decisiones graves. Yo no sabía cómo estaba mi musa, entró muy mal y pensé que pronto habría un bebé entre nosotros, así que tras una noche en vela y un relevo de un par de horas de mi papá que aproveché para ir a la casa a dormir y para llamar al trabajo e informar de la situación, volví al hospital para el reporte de las 10: ya estaba estable, ya no había riesgo de parto prematuro (36 semanas), pero seguiría en observación y estaban esperando unos análisis. En el reporte de las 13 no hubo novedad, en el de las 17 tampoco, pero para el de las 20 fui con mi cuñada, y en lugar de entrar yo entró ella, y quién sabe qué hizo pero salió con noticias: había visto al amor de mi vida y estaba mejor, y probablemente la darían de alta al día siguiente (o sea el viernes).
El viernes fui a trabajar, por supuesto, pero mi papá me apoyó con su presencia en el hospital para el reporte de las 10, en el que no hubo novedad, y para el reporte de las 13 entregó una muda de ropa que yo había preparado para mi amada con lo que ella finalmente fue dada de alta y pudo regresar a casa. Ahora le pongo inyecciones cada doce horas, de una sustancia hiper-tóxica y dolorosa, pero que según esto debería terminar de curarla. Yo espero que para el martes, día después de que acabe el tratamiento, ya esté súper bien y lista para transcurrir las dos semanas siguientes sin complicaciones. Como sea ha quedado asentada la costumbre: de aquí a que nazca Lucas, y seguramente por al menos unos dos meses después (si no es que ya definitivamente), yo despertaré y llevaré a Loana a la guardería.
La novedad fue que el jueves, después de la guardería, mi pequeña se fue a Texcoco con los abuelos, se bañó por allá, cenó, jugó con los perros, la pasó increíble y se durmió y pasó la noche por primera vez lejos de casa.
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