Sigo con el berrinche de mi fierecilla adorada del sábado pasado. En un momento dado, y tras haber esperado pacientemente durante toda la comida, le di su biberón de la tarde. No se lo tomó. Lo puso en la mesa, en frente de ella, y lo empezó a acercar peligrosamente al borde, poco a poquito, con la obvia intención (para mí que la conozco) de tirar "accidentalmente" la mamila, por ociosa, por diversión, por aburrimiento, por cansancio o por lo que sea. Así que justo antes de que lograra su pequeña maldad, levanté el biberón y lo puse más adentro de la mesa. Ese pequeño cambio de posición bastó para desatar el berrinche. Entonces saqué a mi pequeña de su periquera y traté de calmarla, y ahí fue cuando me soltó cuatro 4 cuatro, cuatro cachetadas en un instante. Entonces la llevé a un sillón de esos booths pegados a la pared y la senté y le dije que estaba castigada; pues se rodó y se tiró al piso y se puso a berrear en el piso.
Mi musa mientras tanto fue al baño. Loana seguía llorando debajo de la mesa. Yo estaba sentado al lado de donde lloraba mi beba, francamente exasperado, y vigilando a Lucas que dormía. Hice dos intentos de dialogar: "Loana, ¿ya nos vamos de aquí?, ¿te levantas por favor?" -- Buaaahhhhh. Y en eso vi de reojo a los meseros, estaban haciendose sonrisitas entre ellos, parecía que habían apostado en cuanto tiempo perdería yo la paciencia y le daría sus nalgadas a mi berrinchuda escuincla. Mi amada regresó y saqué a Loana a la fuerza de su madriguera, la cargué (ahora esquivando exitosamente sus manotazos), la saqué del restaurante, y resultó que en la puerta había un carrito de pasteles. "Mira Loana, los pasteles", volteó la cabeza, los empezó a ver, "¿son pasteles papá?", y yo "sí, y se ve que están muy ricos", la llevé frente a la vitrina de los postres y las galletas: "Mira Loana, galleeetas", y ella señala unos monitos de azucar: "¿qué es eso?", y le expliqué, "¿y porqué?", y le expliqué también, "¿pus como?", y la abracé y le di algunos besos, "ya no doyo papá (ya no lloro papá)", "qué bueno corazón, vámonos a la casa pequeña mía". Regresamos al restaurante, a recogerlo todo, carreola, mochilas, etcétera, y vi a la única mesera del grupito burlón que ya había visto poco antes, cobrar orgullosa su apuesta con los otros tres. Pues sí, no le pegué, y regresamos a la casa con Loana dormidita.
20 de marzo de 2012
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Etiquetas: reflexiones - Publicó persona.vitrea a las 09:00
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