16 de agosto de 2012

Aprendiendo a pedirle cosas a los extraños

Hace un par de días mi amada y yo nos fuimos a un restaurante y llevábamos a Loana y a Lucas, los dos críos geniales como de costumbre, Lucas de chismoso observaba todas las mesas del lugar, volteando para todos lados como esperando ver a alguien conocido, obvio que obtenía respuestas de muchas señoras que lo saludaban y le sonreían, y nuestro crío de coqueto como siempre, regresando sonrisas, causando sensación a la redonda.

Mientras tanto pedimos un arroz para Loana y yo le convidé un poquito de sidral en un vasito un poco más grande que un caballito tequilero que le trajeron los meseros. Al poco rato, supongo que ya que nuestra fierecilla estaba satisfecha, empezó a llenar el vasito con arroz y prácticamente con todo lo que tenía a la mano: totopos, salsas, etc. Ella bien feliz y entretenida cambiando el arroz de recipiente.

Después de un rato yo pedí otro sidral, y ella a su vez me pidió otro chorrito, pero ya no tenía en qué tomárselo, así que me dijo que quería otro vasito, entonces entre su mamá y yo le dijimos que cuando llamáramos al mesero ella debía decirle: "señor, ¿me trae otro vasito por favor?". Obvio, no se atrevió, o lo dijo en voz muy bajita, y yo tuve que pedirlo por ella, pero ella vio que el mesero se fue casi corriendo y de inmediato volvió con el vasito.

Supongo que eso le dejó la impresión de que podía dar órdenes y se le obedecería. La cosa es que ya en el valet parking, cuando estaban por entregarme el coche, ella le dijo al chofer del estacionamiento en cuanto abrió la puerta del auto: "Señor, ya quítate" (de mi lugar, obviamente). Y por supuesto que me derritió, al comprensivo empleado del valet le di una buena propina mientras nos reíamos de la osadía de mi pequeña, y nos regresamos los cuatro a la casa.

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