Hay quienes desdeñan la virtualidad, alegando que es un trato con frias e inhumanas intermediarias digitales, es decir con máquinas. Ignorando que las máquinas son producto del ingenio humano, y que con quienes uno se comunica del otro lado de la red son personas de carne y hueso. Si bien yo no concibo una relación amorosa completa sólo por internet (tarde o temprano uno anhela encontrarse en la misma habitación con el/la amante virtual), es un inicio nada desdeñable en que antes de tener imágenes o impresiones visuales del otro, se obtienen enunciados y respuestas coherentes con lo que uno escribe.
La red como espacio de encuentro inicial es super fértil, yo he vivido tres aventuras maravillosas en la web. Dos me llevaron a decidir viajar hasta la dulce Argentina para encontrarme finalmente frente a frente con mis exquisitas corresponsales. La tercera empezó con charlas divertidísimas en el mensajero, y como los dos vivíamos en la misma ciudad el encuentro se dio en poco más de una semana en un café de una noche inolvidable, y fue una charla tan contundente que posteriormente a esa primera cita, 730 días después, sigo compartiendo el espacio con ella. Mi musa y amada, mi presente sonriente.
Esta noche de navidad pasada yo blasfemaba en voz baja por ciertos rezos y ella bromeando me dijo que me iría al infierno. Yo exclamé que eso lo sabía desde antes de haber blasfemado, porque después de estar a su lado, después de ese, mi paraiso con ella, cualquier lugar sin su compañía iba a ser un infierno. Incorregiblemente cursi.
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