19 de abril de 2008

Hubiera odiado al mundo

La otra noche, imaginé al hijo de puta en que me hubiera convertido, si al par de meses de empezada la relación amorosa con D, le hubiera pasado algo fatal. Toda esa emoción y el potencial que se desbordaban acabados para siempre. Pensé que tanto Hitler como Bush me hubieran quedado cortos, que ayudaría con vehemencia a que el mundo y la humanidad y la vida se fueran minuciosamente al quinto carajo. Por lo tanto, pensé, por otras pérdidas es probabilísticamente un hecho que allá afuera existen grandísimos hijos de puta que se sienten perfectamente justificados.

Le platiqué a D y ella inquirió: "¿y si algo me pasara ahora te quedarías tan tranquilo?", y, ¡por supuesto que no!. El hecho es que después de dos años, me siento tan (pero tan tan tan) agradecido por su compañía y su presencia que todas las mañananas casi creo en Dios. Recordé, y le comenté a mi musa, respecto al tipo que decía más o menos que el peor castigo de un ateo era sentir un agradecimiento de dimensiones cósmicas sin tener a quién dirigirlo. Yo no lo siento como un castigo. Dirijo ese agradecimiento a mis seres queridos, pues estará el azar que los puso en mi camino, pero está sobre todo la voluntad de cada uno de ellos, que los mantiene en contacto conmigo.

Eventualmente, ojalá que en muchas décadas más, de todas formas alguno de los dos será eliminado de la vida (tal vez) antes que el otro. Pero probablemente, si sucede después de una vejez compartida, aquel que quede, aunque sufra infinitamente, no odiará al mundo sino que esperará pacientemente su turno de partir. Ahora estoy convencido que mi proyección desgraciada a nuestros primeros meses de unión, refleja lo que siento hoy. Disfruto, elijo y agradezco ésta, de entre las infinitas posibilidades, y siento que perderla sería intolerable. Ah, la muerte, ese tema controvertido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo inevitable se une al destino, cada quien elige cómo seguir su camino hacia nuevos horizontes.

Es increíble hallar esperanza.