Un sábado de hace algunas semanas fuimos mi musa y yo a mi patria chica, Texcoco de Mora, por el cumpleaños de nuestra amiga Abi. Su niña está hermosa, tiene una memoria prodigiosa, le preguntó a D si había llevado sus hadas (la única vez que la trajeron hace siglos al departamento jugó con ellas y se le quedó). Fuimos por cerveza y la coperacha fue extraordinariamente generosa, cuando llegamos a la tienda y nos dimos cuenta de la cantidad de chelas que podíamos comprar con el dinero que llevábamos decidimos gastar tan sólo la mitad. Bastó. Cerca de la media noche la banda de rock de la que Abi es baterista se puso a tocar para los 20 asistentes que habíamos en el patio. El talentoso Absorto se les unió con su harmónica y el palomazo estuvo bien cheeedo. Luego del toquín estuvimos conversando y riendo con Óscar, guitarrista de la banda y consorte de Abi. Llegamos a dormir a las cuatro de la mañana, agotados, ya no tenemos veinte años.
Al día siguiente nos levantamos tardísimo y salimos hacia Parque Lindavista porque mi amada tenía que comprarse algunos disfraces nuevos para ir a ver a sus prospectos. Como de costumbre se compró media tienda, pero antes se metió a probarse la ropa a los vestidores, tiempo que aproveché para ir a comprar un molino para café, pues ya quiero comprar en grano y moler cuando necesite para que no se pierda el aroma. Se hizo tarde y pasé por ella. Fuimos los últimos en salir de la tienda, y ella la última en salir del vestidor. En el estacionamiento se dio cuenta, no llevaba su celular. Regresamos corriendo, se la hicimos de jamón a los polis, al gerente, a los empleados, hasta que dejaron pasar a mi musa, que ya no encontró su teléfono móvil. En ese aparato se fueron también todos sus contactos telefónicos y varias fotos y videos, de entre los cuales lamentablemente, se perdieron los del palomazo del día anterior...
Ahora mi modernísima y ejecutiva amada usa un iphone.
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