Hace unos meses era muy fácil que tanto yo como mi diosa nos sulfuráramos por algún "agravio" de alguna de las partes y escaláramos la violencia verbal hasta puntos de semi-ruptura. Eran momentos turbulentos en medio de la felicidad total que nos hacían dudar de las ganas de seguir estando. Creo que cuando empieza una relación puede ser fácil llegar a un momento de exasperación que nos haga decir "esto ya no es tolerable", y romper los lazos y mandar todo a la chingada. Cuando eso sucede, quienes rompen los lazos obtienen su merecido, igual y tenían razón y les va mejor, o bien dudarán/añorarán por algún tiempo variable. Es una actitud que me parece casi como un encaprichamiento adolescente que se rompe (y desecha) cuando uno de los polos no resulta "perfecto".
Uno de estos días platicábamos mi compañera y yo acerca de parejas cercanas, y de cómo (moral nuestra de por medio) en algunos casos percibíamos alguna medida de abuso en uno de los miembros. Ella, justiciera, me decía que no había que tolerar los abusos de ninguna especie. Que era preferible terminar una relación y alejarse, que estar sufriendo ofensas o queriendo cambiar al otro. Yo coincidí parcialmente, porque si bien no soy sumiso y busco la equidad en todo, y el abuso me parece reprobable, no creo que en una relación añeja aplique el mismo criterio que en una que apenas empieza.
Ejemplo: últimamente, cuando noto los que antes sentía como agravios, no busco desquitarme ni defenderme justificadamente; cuando tengo ese impulso de regresar el veneno me lo guardo, busco la forma de dar a entender que no me siento tratado correctamente sin enturbiar más el ambiente. ¿A qué quiero llegar?, a que cuando dos personas se están conociendo pueden poner estándares casi incumplibles y justificar con ellos su impaciente retorno a la independencia; pero cuando esas dos personas ya llevan algunos años juntas y continúan buscando la manera de seguir construyendo, de seguir disfrutando de su compañía, de seguir aprendiendo y sonriendo, las razones para quedarse se vuelven mucho más numerosas que aquellas para irse, y nacen la paciencia y la aceptación.
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