23 de febrero de 2009

A la mitad de El nombre de la rosa

Estoy en el momento en que Adso es dejado solo al principio del cuarto día, porque Guillermo se va a leer el manuscrito de Venancio (posiblemente escrito por Berengario), y empieza a fantasear sobre la "muchacha hermosa y terrible como un ejército dispuesto para el combate".

¡Qué noche tan agitada tuvo el pobre muchacho! Primero se encuentra con Ubertino, quien lo inquieta más hablándole de la herejía de Frai Dulcino y de la perversidad de las mujeres, luego en el scriptorium el joven benedictino lee una obra sobre los herejes que le trae a la memoria un dramático proceso que presenció en Florencia en el que al final el acusado fue quemado. Adso sube entonces a la biblioteca, vaga un rato y hojea unos libros hasta que se asusta de sus propios pensamientos y baja a la cocina donde tras un momento de temor justificado, es seducido por una hermosa aldeana de la que nuestro narrador nunca supo el nombre. Lo despierta el frío de la madrugada, se cubre con su túnica, revisa un paquete dejado por la muchacha, eran vísceras, y se desmaya. Es despertado por Guillermo, ante quien se confesa arrepentido, y es absuelto sin mayor penitencia. Se les ocurre revisar los baños y encuentran el cadáver de Berengario.

Me gusta que a pesar de que el personaje más interesante del relato sea Guillermo de Baskerville, el narrador, que en el momento de los hechos era un puberto, interrumpa el contacto con el sabio para ampliar el contexto. Si la historia fuese tan sólo la del misterio por resolver, tal vez esto no fuera necesario, pero como además es una historia en un periodo de la Historia, enriquecerla como la hubiera visto y vivido un novicio de la época es una forma de añadirle algunas claves más: se dice que el medio-evo es como la pubertad de la humanidad, y Adso está descubriendo el mundo desde un verde "deber ser" teórico que no empata con la realidad; lo que desconcierta al joven religioso, aunque el viejo que escribe sus memorias ya parece tener resueltos gran parte de sus dilemas.

Cuando lo acabe se lo prestaré a Pedro, ojalá le guste y aprenda también un poquito de semiótica.

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