23 de abril de 2009

Las mentiras de Baudolino

Hablaba un día por chat con el buen Óscar y conversábamos del universo, y de una über-conciencia que se dará en algún punto del tiempo, que debería ser inmortal porque la conciencia tiende hacia allá, pero que como será conciencia total se colapsará en otro big-bang, o en una necesidad de olvido cósmica ante el abrumador conocimiento total, etc. Yo contesté con algunos comentarios sarcásticos respecto de la necesaria finitud de todo lo que empieza, o algo así, y mi amigo me reprochó que mientras que él estaba hablando como Abdul, yo lo hacía como el Poeta, por supuesto hablaba de personajes de Baudolino, de Umberto Eco, la novela más hermosa que he leido, la cual en mi ignorancia literaria catalogo como un parteaguas del tamaño del Quijote o de Hamlet.

Puede ser que esté siendo demasiado indulgente con ese libro desde el punto de vista literario, pero en lo que a mi vida respecta sí representa un cambio tremendo. Llegó a rescatar a mi mente del abismo, de la credulidad, de la mediocridad, y de mi mismo. La catarsis sufrida por Baudolino también a mí me comnocionó y deshizo en llanto y comprensión de la fatalidad, algo tan intenso y hermoso que busqué de inmediato con quién compartirlo, y mi primera "víctima" fue Óscar. A Óscar también le encantó, le fascinó, le pareció una hazaña tan enorme como haber llegado a la luna (dentro del ámbito de las letras, of course). Él tampoco es un especialista en literatura, pero como lo devoró y nos pusimos a platicar de inmediato desa obra, nos hicimos especialmente cómplices.

Abdul era un cantautor de orígenes árabes e ingleses, hijo de alguna cruzada (jejeje), pelirrojo y moreno que tocaba la cítara y escribía sus canciones en provenzal, conoció a Baudolino y al Poeta en París mientras asistían a los studiums desa ciudad, tenía una fijación amorosísima por una princesa lejana que había casi visto durante una alucinación provocada por una droga a la que llamaban "la miel verde". Muere después del episodio de Abjasia, tras una batalla campal con monstruos que hacen comprender a los personajes que ya salieron de tierras conocidas.

El Poeta era de baja nobleza y primer compañero de estudios de Baudolino, quien le ayudó a obtener un puesto en la corte imperial precisamente como poeta a las órdenes del Canciller de Italia Reinaldo de Dassel, curiosamente el Poeta carecía de creatividad poética pero no de entendimiento ni de oportunismo. Los poemas se los hacía y enviaba Baudolino desde París, y al momento de narrarle toda la historia a Nicetas Koniates ya no recordaba el nombre de su antiguo compañero de estudios, tan sólo el apodo. El Poeta muere a manos de Baudolino cerca del final del libro, acusado injustamente de haber matado al emperador Federico Barbaroja.

Injustamente pero no inmerecidamente, pues ya para el final el Poeta se había vuelto malvado y se abalanzó sobre su ex amigo para arrebatarle el "greal". Yo le dije a Óscar que al fin de cuentas no era tan malo, lo corroía la envidia, sentía que se le acababa el tiempo (ya andaba por los sesenta años de edad, como todos los personajes del cuento), quería sentir que la aventura no había sido en vano, pero él no había cometido el asesinato que Baudolino le imputaba, y que justificaba de algún modo que este último sintiera haber hecho "justicia".

Óscar y yo coincidimos en que nos hubiera gustado ver al Poeta feliz al final, pero por eso es una tragedia, porque los personajes actúan con cierta información incompleta y se dan cuenta de sus desaguizados tiempo después. Por otra parte, el libro habla de la mentira, Baudolino es un tremendo mentiroso, y para colmo es el que narra la historia. Yo creo que Baudolino al final trata no sólo de las mentiras que les contamos a los otros, sino también de las que nos contamos a nosotros mismos. También por eso me interesé en el de Los engaños de la mente, de Cordelia Fine, el cual me gustaría ayudar a traducir al castellano próximamente.

1 comentario:

Abel Zevallos Montes dijo...

Hola. Yo también pienso que Baudolino es una novela emocionante y descollante, que aún no cobra la importancia de su predecesora, El nombre de la rosa, pero que lo logrará en el futuro (incluso sueño con que algún día alguien la lleve a la pantalla, mas no esta vez como una película [pues viendo lo ínfima que resultó El nombre... en la versión de Annaud del '86, quedaría aun más corta], sino más bien como una miniserie de 5 episodios, por ejemplo). En su cobertura de la amplitud del poder de la mentira, y más extensamente de la palabra como vehículo de la información, nos introduce de tal modo en el relato que por momentos se cree que esa fue la historia verdadera. Es que al leer un libro como éste, o El nombre..., o El péndulo de Foucault, uno debe asumir la inocencia de un niño y la severidad eventual de un adulto para dosificar nuestro apego a la realidad. Es un libro genial, recomendable e interesante al leer luego la relación de los personajes de la novela con los correspondientes (en algunos casos) personajes históricos. Un gusto este blog. Saludos.
Abel