A primera vista pareciera que tras el Diccionario Filosófico me dediqué más a la lectura que antes, pues terminé dos libros y empecé otro. Pero por desgracia no fue que tuviera más tiempo para leer, sino que los textos fueron mucho más breves. Por ejemplo el de La libertad como destino, con una presentación de un tal Alberto González Troyano (quien se nota que ha estudiado lo suficiente al autor presentado) de la página 9 a la 33, y luego el texto pronunciado en la Feria del Libro de Sevilla 2004 por Fernando Savater de la 35 a la 61. Claro que llamar "libro" a una publicación de 61 páginas, de la cual sólo 26 fueron del filósofo de mi inteŕes, es un poco abusivo. Pero cualquier lector podrá constatar que en la parte dedicada a los legales dice claramente que: "Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, etc". (¿no estaré incurriendo en un delito al mencionar esas dos oraciones?)
El otro libro que leí se titula Borges: la ironía metafísica, de 114 páginas, cinco capítulos y un apéndice. En él Savater habla de lo que representa Borges para él, y de cómo cambió la faz de la literatura. Pero sobre todo, de cómo entendió y usó a la filosofía, de cómo empleó en sus cuentos los temas filosóficos por excelencia, y de cómo el famoso y genial autor ciego consideraba los sistemas filosóficos como literatura con la cual jugar seriamente, más que sistemas serios de comprensión del mundo. La primera edición salió en 2002, y obvio que con los temas de la memoria, las bibliotecas, los laberintos, etc, tenía que salir en una de esas El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Con esta ya van dos menciones que le leo a F.S. del enormísimo filósofo italiano, y sé que ambos son fans de Borges.
Finalmente me dio tiempo de empezar nuevamente el Tratado general de semiótica, y lo estoy devorando y entendiendo magníficamente. Me entusiasma haber llegado ya a un nivel en que no se me escapa ninguno de los conceptos desarrollados.
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