24 de mayo de 2009

Semiotizando, y nostalgia estudiantil

Estoy por terminar el capítulo 2 del Tratado de semiótica general, o A Theory of Semiothics. Lo estoy disfrutando mucho. Claro que esto puede deberse a que es como la cuarta vez que lo leo, y a que tras irme empapando poco a poco, a lo largo de los años, del tema, me he vuelto un aficionado empedernido. Es abrumadora la cantidad de autores citados y de obras previas en las que se basa Umberto Eco. Yo he leído tan sólo un poquito de lo recopilado por los alumnos de Saussure, algo de Roland Barthes, casi nada de Noam Chomsky, un libro de Greimass, y creo que párenle de contar. Además de que mucho dese bagage, por no ser comprendido cabalmente en su momento lo fui olvidando, o se quedó en mi cerbro en estado de incubación por años.

Ahora estoy agarrándole la onda a un porcentaje mucho mayor. Empieza proponiendo un modelo elemental de comunicación en el que habla de una hipotética presa hidráulica y del trabajo hecho por un ingeniero imaginario para obtener, a distancia segura, información sobre algunos niveles pertinentes del agua. De ahí surgen dos partes que son el cuerpo del estudio, la teoría de los códigos: en la que se explican las características formales que deben tener los códigos para permitir la comunicación de contenidos; y la teoría de la producción de signos, en la que explica como se usan los códigos y como se reformulan con el uso. De hecho es un poco como el huevo y la gallina, los códigos son el soporte de los mensajes producidos (incluso de aquellos que rompen las reglas de codificación), y los mensajes producidos le dan a su vez forma al código, modificándolo permanentemente.

La disección es una forma de estudiar los fenómenos, hacer discreto al continuo, dividirlo, y eso es algo que los humanos hacemos todo el tiempo. Creo que tengo una mente privilegiada y me hubiera gustado poder dedicarla al estudio y la generación de tesis y publicaciones por medio de becas y otros subsidios; hubiera estado bueno dedicarme a la lectura seis horas diarias (de 9 a 15), y tres horas diarias (de 17 a 20) a escribir y ordenar los conocimientos recién adquiridos. El filtro para ser acreedor de tales beneficios también imponía sumisión y humildad ante un modelo autoritario y por lo tanto no pasé a través dél. De cualquier modo, incluso si no puedo retomar la universidad ni titularme, le sacaré algo de provecho a este cerebrito, seguiré obteniendo placer y satisfacciones de un par de mis hábitos favoritos: la lectura y la escritura.

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