24 de julio de 2009

Ataques, defensas y contraataques

Pregunta interesantísima de la analista: ¿por qué enfrento a mi amada cuando algo no me parece, y porqué neceo buscando razones (o dar razones) aún cuando la situación ya se salió de control, y peor aún, aún cuando nunca he obtenido resultados positivos con mi amada adoptando esa actitud?

Pues bien, podría decir primeramente que mi actitud ante una duda o problema suele ser enfrentar el asunto lo antes posible y tratar de resolverlo; segundamente, que creo importante hacer saber a la otra parte las "áreas de oportunidad" que uno ve en ella y que ella misma no ve en sí por no contar con la posibilidad de auto-distanciarse lo suficiente; y además, que cuando reclamo o solicito algo no es sólo para molestar, sino que es un intento de llegar a un compromiso, a un reconocimiento de responsabilidades y a las consiguientes correcciones de rumbo de ambos.

Ahora bien, las dos vertientes principales de la mencionada confrontación son las siguientes: ya sea que me moleste y reclame por la forma en que soy tratado y pido generalmente que se la cambie, o bien me molesta y reclamo la intromisión u obstaculización en/de actividades y espacios personales (el blog, mi control de gastos personales, algunos proyectos posiblemente redituables, pasar tiempo con mi familia biológica u otras personas amadas, etc).

La primer vertiente no es acerca de querer cambiar a mi amada a manera de autoridad moral, no es sobre saber con precisión cómo debería ser ella, ni es querer imponerle un deber ser general desde fuera: unos valores, una cosmovisión, una alimentación, unas lecturas, unas aspiraciones, etcétera; sino en cuanto a autoridad respecto de mí y de lo que me duele en su forma de tratarme. Desde esa autoridad personalísima solicito (eso sí: no siempre de la manera más atenta) un formato en que yo me sienta tratado como su compañero y no recibir el trato de un "enemigo" que sólo estuviera buscando la oportunidad de hacer daño.

La segunda vertiente es cuando mi compañera me reclama no haber efectuado algunas actividades, aun cuando sabe bien que estaba dedicando ese tiempo a atender otras cosas a las que asigno mayor prioridad por ser extremadamente enriquecedoras para mí. O peor aún, cuando me trata despectivamente (como "enemigo") porque me pongo a hacer aquellas cosas que me gustan y que prefiero.

Al principio de la relación llegamos a un acuerdo respecto de las actividades domésticas y económicas: a) nunca decir "hay que hacer X, Y o Z", pues los dos tenemos manos y si es de nuestro interés y está dentro de nuestras capacidades, en lugar de pedirlo deberíamos ponernos a hacerlo, y b) tratar de ser justos, concientes y equitativos: pagar los servicios mitad y mitad, no cargarle la mano al otro, considerarlo, etc.

Es decir, el acuerdo fue tratarnos como a personas libres que libremente asumen sus responsabilidades y libremente deciden estar juntas y hacer un equipo. Desde esta perspectiva el reclamar lo no hecho o molestarse por lo que la otra parte hace (en detrimento de lo que quisiéramos que hiciera), rompe esa armonía de libertad individual. He reclamado mucho ese "trato de empleado incompetente" (o de esclavo desobediente) consistente en reclamarle al otro sus faltas.

Ahora que escribo (y leo) me percato del propio "trato de empleada incompetente" implícito en mi actitud cuando enfrento a mi compañera y le reclamo. Grave error, pues se predica con el ejemplo. Lo cual evidencia hasta cierto punto el porqué de los nulos resultados al defender las anteriores posiciones. Debo pues concluir que hay una gran falla en mi forma de luchar por las mismas; suele suceder que entramos en un círculo vicioso: probablemente ataco de manera inconciente, y luego con la respuesta me siento maltratado/agredido y me defiendo, mi defensa a su vez es agresión y justifica el contraataque, el cual por su parte también etc.

Llegado un punto, aunque quiera parar las agresiones y pedir paz u otro tono conversacional, ya nos hicimos daño, ya nos dijimos cosas para lastimar y no para construir, ya se volvió un juego de poderes en que ninguno está dispuesto a ceder ni un nanometro, en resumidas: ya valió madres.

Sin embargo, eso no quiere decir que los ataques y defensas originales no fueran motivados o que fueran totalmente injustos o impuros, no. Supongo que el canal verbal en formato de discusión fomenta que se agolpen los sentires y se encimen los argumentos y que la impaciencia, así como la prontitud de las respuestas den pie en un punto a esa espiral autopoiética y a la vez destructiva que por poco nos cuesta varias veces la relación.

Mi decisión, ahora que sé lo que me puede, y que entiendo mi propia actitud implícita al reclamar, será en primer lugar tener paciencia, en segundo lugar ya no enfrentar o confrontar de inmediato cuando algo me moleste, tal vez mejor escribirle a mi musa una breve nota cada vez que sienta alguna afrenta de su parte y esperar a tranquilizarnos los dos, y querer amarla.

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