30 de julio de 2009

Parecon - Parte 1 (14 de 48)

La mayoría de los economistas políticos aceptan que en las economías capitalistas las diferencias de propiedad de bienes productivos que se acumulan en una sola generación debido a sacrificios desiguales son minúsculas comparadas con las diferencias en riqueza que se desarrollan debido a herencias, suerte, ventajas injustas, y lucro. Eso fue lo que quiso decir Proudhon cuando acuñó la frase "la propiedad es un robo". Toda la evidencia sobre los orígenes de los diferenciales de riqueza al final del siglo veinte respalda la opinión de Edward Bellamy articulada (en 1888) en su famoso libro Mirando hacia atrás:

Pueden escribirlo como regla que los ricos, los poseedores de grandes riquezas, no tienen derecho moral a ellas tal y como si se basaran en el desierto, puesto que ya sea sus fortunas pertenecieron al tipo de riqueza heredada, o bien, cuando fue acumulada durante sus vidas, representaba principalmente y necesariamente el producto de otros, obtenido más o menos fraudulentamente o por uso de la fuerza.
Un viraje del anuncio de TV del siglo XXI para la casa bursátil Salomon, Smith & Barney provee un delicioso ejemplo de la doblez ética acerca de los ingresos por propiedad. Un hombre de obvio buen gusto nos informa devotamente que los corredores bursátiles en Salomon, Smith & Barney creen en "hacer dinero a la antigua, ganándolo". Lo que quiere decir, por supuesto, es que los corredores desalientan a sus clientes de la tentación de estrategias de altas ganancias-alto riesgo, y les recomiendan en cambio expandir sus riquezas más lentamente pero con mayor certeza --precisamente sin ganar un centavo de ellas. Tal como [David] Ricardo notó: "No hay manera de mantener las ganancias a la alza más que manteniendo los salarios a la baja". Y en las típicamente concisas palabras de Groucho Marx: "Los secretos del éxito son la honestidad y el trato justo. Si puedes fingir esos dos, ya la hiciste".

La norma dos de remuneración es menos clara de evaluar que la norma uno: ¿Por qué no recompensar a cada cual deacuerdo con el valor de la contribución solamente de su capital humano, esto es, de sólo lo que nosotros mismos por nuestros propios esfuerzos traemos a la cocina? Mientras que los promotores de la norma dos generalmente coinciden con la exposición hecha arriba de que los ingresos por propiedad son injustificables, sostienen que todos tenemos derecho a los "frutos de nuestro propio trabajo". Su razonamiento para esto es a primera vista bastante convincente. Si mis labores contribuyen más a los cometidos sociales, es simplemente correcto que yo reciba más. No sólo no estoy explotando a otros si recibo más, sino que debido a que yo mismo pongo la cantidad extra en la cazuela, estarían explotándome si me pagaran menos que el valor de mi contribución personal.

Pero la obviedad de la afirmación es función de su familiaridad y no de pensar detenidamente al respecto. La reflexión cuidadosa nos muestra que debemos rechazar la norma dos --recompensar la productividad personal-- por las mismas razones básicas que rechazamos la norma uno --recompensar la posesión de medios de producción.

Los economistas definen el valor de la contribución de cualquier entrada (ya sea labor o maquinaria o algunos recursos) como el "producto de la utilidad marginal" de esa entrada. Si añadimos una unidad más de la entrada en cuestión a todos los otros insumos usadosas en el momento de un proceso de producción, ¿cuánto se incrementaría el valor del resultado? Esa cantidad es el producto de la utilidad marginal. Pero esto significa que la productividad marginal, o la contribución que hace cualquier entrada, depende tanto de la cantidad disponible de ese insumo así como de la cantidad y calidad de los insumos complementarios, como de cualquier cualidad intrínseca del insumo mismo. En otras palabras, la cantidad que mi hora extra de labores puede sumar al producto depende de cuantas horas previas trabaje, y también de cuantas horas estén poniendo otros, y de la calidad de sus contribuciones, y de las herramientas que usemos todos, y de los artículos que produzcamos y sus atributos, etcétera. Este solo hecho menoscaba el imperativo moral detras de cualquier norma "basada en la contribución", tales como las normas dos y uno.

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