2 de julio de 2009

Propulsión muscular con cadena y engranes

El sábado pasado me compré una bicicleta. Quedé con el Choco que es un gran conocedor de bicicletas para que me llevara a una tienda que está más o menos cerca de mi casa. Llegamos y había en exposición toda clase de vehículos de dos ruedas, de todos los colores, con llantas grandotas y medianas, con frenos de aire y de tambor, con de cinco a doce velocidades, etc. Pregunté el precio de un par de tan magníficos vehículos y mi mandíbula y mis hombros fueron afectados tremendamente por la fuerza de gravedad terrestre. Casi casi mejor me compraba uno de combustión interna, probablemente hasta de cuatro puertas.

"¿Cuantos miles de qué?, muy bien, muy bien, mire usté joven, estos bólidos son para expertos que suben a montañas y cerros y necesitan cualidades sin las cuales podrían morir accidentados. Yo, simple rata de ciudad necesito algo más urbano, quiero una bici con salpicadera para no terminar en caso de lluvia con la espalda rayada de lodo..." Lo decía por decir, sólo para ver si tenían, porque si las que no tenían salpicadera costaban eso que costaban, quizá una con ese accesorio protector de ropa iba a costar lo mismo que comprarme un coche chino. El vendedor, mirándome como a un cliente que no sabe bien lo que pide pero al que de cualquier modo quería complacer, me hizo subir al primer piso, igualmente repleto de transportes individuales bi-llantales. Ahí me mostró uno completamente cromado, con apariencia de antiguedad del siglo antepasado, cuyo precio me sonó más acorde con mi presupuesto.

De cualquier modo, a pesar del "bajo" precio, la forma, el acabado, el tipo de asiento y de manubrio distaban mucho de gustarme, así que pregunté si no habría otras. Un poco apenado el vendedor me dijo que sí, pero que eran de "tipo inglés", quiso decir de mujer, es decir, sin el tubo esterilizador que caracteriza a las de hombre. Se alejó un poco, fue hacia el fondo del local, revisó ganchos y ganchos de los cuales colgaban bicicletas, y finalmente encontró la que quería mostrarme. Azul marino, con estampado de florecitas negras, un asiento perfecto para recibir un gran trasero, una campanita en el manubrio, y a un precio perfectamente dentro de mis posibilidades. Tuve mis dudas, el poderoso "qué dirán" me hizo querer "pensarlo", pero al final me decidí por ese maravilloso vehículo un poco femenino, y con él arriesgaré próximamente mi vida por la hipertransitada ciudad de México.

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