Aun cuando este razonamiento tiene un atractivo intuitivo para muchos, los promotores de la norma uno tienen que lidiar con el "problema del nieto de Rockefeller". De acuerdo con la norma uno, el nieto de un Rockefeller debería comer 1000 veces tanto guisado como la altamente entrenada, altamente productiva, super trabajadora hija de un pobre. Y esto está garantizado, dice la norma uno, incluso si el nieto de Rockefeller no trabaja un sólo día de su vida y la hija del pobre trabaja cincuenta años proveyendo servicios de gran beneficio para otros. El nieto heredó propiedades que "trabajan" por él y puesto que las "trae a la cocina" con la norma uno le abonamos la contribución de las propiedades productivas a sus dueños. Traer un tractor o 100 acres de tierras bajas del Mississippi a la economía incrementa el tamaño y la calidad del guisado que podemos hacer tan seguramente como tener a otra persona para cavar o pelar patatas --sólo que más. Por lo tanto, si heredamos un tractor o tierras, entonces junto con esa herencia viene un flujo de ingresos que no necesitamos hacer absolutamente nada para "ganarlo". Por otro lado, el hecho de que no hicimos absolutamente nada para ganarlo pone en evidencia que no lo merecemos moralmente por alguna acción meritoria de nuestra parte. Debe haber alguna otra explicación que nuestros "méritos morales" por la cual debiéramos tenerlo.
Y de hecho, una segunda línea de defensa para la norma uno se basa en una visión de personas "libres e independientes", cada una con su propia propiedad, las cuales, se argumenta, rechazarían entrar voluntariamente a un contrato social en otros términos cuales quiera que no fueran beneficiándose del producto de esas sus propiedades. Necesitamos la norma uno, en esta óptica, si esas personas van a participar libremente en la economía. Pero mientras que aquellos que tienen muchas propiedades productivas podrían tener buenas razones para insistir en un contrato social que los recompense por sus bienes, ¿porqué no van a tener buenas razones aquellos que tienen pocas propiedades o ninguna, para insistir en un arreglo diferente que no los penalice por no ser dueños de propiedades? Y si esto es verdad, entonces ¿porqué es que aquellos con propiedades obtienen la norma que quieren, y aquellos sin propiedades no?
La diferencia histórica es que aquellos con propiedades podrían prosperar bastante bien por su cuenta (incluyendo el comprar la imposición de sus voluntades a travez de la legislación) mientras que esperan a que se alcancen los acuerdos; mientras que aquellos sin propiedades no podrían evitar la catástrofe si tuvieran que esperar mucho para lograr un acuerdo. Requerir unanimidad de todas las partes mueve la negociación a favorecer a los que tienen propiedades. Los desempleados eventualmente deben ceder y buscar trabajo incluso bajo condiciones que le den los beneficios enteros a los dueños. Actuar de otro modo los deja desamparados. Pero esto significa que la norma uno se establece no debido a su conveniencia moral, sino por una situación de negociación injusta en la cual unos son más capaces que otros para tolerar las fallas en alcanzar un acuerdo equitativo (y por lo tanto más capaces de imponer la sumisión y de defender sus posesiones). Así pues, el razonamiento del contrato social que permite ganacias sobre la propiedad pierde toda fuerza ética y mantiene su peso sólo debido a circunstancias contingentes y desbalanceadas.
Este análisis no es nada nuevo, por cierto, aunque no se supone que sea discutido públicamente por aquellos sin propiedades. Consideren, por ejemplo, el conciso planteamiento de Adam Smith que dice: "Es solamente bajo la protección del magistrado civil que el dueño de propiedades valiosas ... puede dormir seguro cada noche". O consideren este viejo aforismo anónimo: "La ley encierra al malaventurado felón que roba al burro del bien común, pero deja libre al felón mayor que le roba el bien común al burro".
3 de julio de 2009
Parecon - Parte 1 (11 de 48)
Etiquetas: estrategia - Publicó persona.vitrea a las 09:00
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