Llegó un secretario con el presidente y le informó que los líderes ya habían llegado y estaban dispuestos a negociar. El presidente recibió amablemente a los líderes y los hizo pasar al salón de negociaciones. Los secretarios que estaban presentes en el salón se prepararon para tomar notas de lo que se fuera a decir. La discusión duró algunas horas, las exigencias al gobierno por parte de los líderes para beneficiar a sus agremiados eran demasiadas y no había forma de cumplirles sin desbalancear a otros grupos o sin tocar las reservas estratégicas de la nación. El presidente hizo una generosa oferta correspondiente al 70% de lo exigido por los líderes, para la cual hasta se bajó nuevamente el sueldo (por tercera vez en ese mes), pero a pesar de los esfuerzos presidenciales prevaleció la cerrazón de los representantes sindicales que estaban en una inusual postura de 'todo o nada'.
Entonces, como el presidente ya no cedía y mantenía su propuesta de darles sólo el 70% de lo que le pedían, surgió la amenaza. Los secretarios dejaron de escribir. El presidente palideció e hizo una mueca por un evidente nudo en el estómago. Dijo algo al oído de su secretario particular quien desapareció apresuradamente por una puerta. Cinco minutos después llegó un grupo de generales. El presidente les explicó y también ellos palidecieron, uno (el más joven) hasta se desvaneció y tuvieron que reanimarlo con sales aromáticas. Era inconcebiblemente drástica la estrategia de los trabajadores, después de 15 años consecutivos de incrementos sustanciales a salarios y beneficios, con todo lo que ganaban y todas esas prestaciones, se disponían a hacer algo atroz.
La noticia corrió como reguero de pólvora y para desactivar el problema los empresarios de la nación volvieron a bajarse el sueldo (la segunda vez en ese año) y completaron al 100% las peticiones de los trabajadores. Todo estaba justificado para evitar una temidísima marcha multitudinaria.
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